Cantizano fue lo indescifrable, la soltura, ese talento que de tanto en tanto surge y que sólo el tiempo dirá si será realidad o quedará en anécdota, pero que un sábado cualquiera fue la sensación de una victoria tras 19 años en Lanús en la temporada que volvió Di María
La sonrisa ancha, el abrazo interminable, el grito anhelado por años que se repite en apenas una semana, los dedos que forman el corazón y que miran a la tribuna repleta de locura, bañada de azul y amarillo para festejar una victoria en terreno inhóspito y esquivo. La palma de la mano que golpea el pecho, ahí donde late el corazón, y que devuelve el afecto, el amor, que esta vez tuvo permiso para salir del Gigante y trasladar su carnaval al sur.
Como si la historia de este Central viviera cada semana emociones únicas, esta vez le tocó dar el puntapié inicial de la vuelta de los visitantes, a una hinchada que disfruta de sus peregrinaciones, de la ruta, del trayecto, de llevar sus colores a donde sea, con la ilusión en cada kilómetro y el orgullo de pertenecer, de formar parte de la locura más hermosa del mundo.
Pero ya se dijo hace unos días, el fútbol se trata de fútbol, y este Central todavía tiene que construirse para ratificar el uno de la general, aún debe afirmarse para justificar la candidatura que generan los apellidos y los antecedentes. Y en ese camino las lesiones a veces complican y en otras ocasiones permiten animarse a probar, porque nadie que se precie de cuerdo pensaría que ausencias como las de Campaz o Malcorra (también faltó Mallo) abrirían la puerta a hallar equilibrio y sorpresa en dosis útiles. Menos todavía con la baja de un López que había arrancado bien.
Pero en un contexto de juego chato y apagado, Duarte dio despliegue (y penal) y Cantizano fue lo indescifrable, la soltura, ese talento que de tanto en tanto surge y que sólo el tiempo dirá si será realidad o quedará en anécdota, pero que un sábado cualquiera fue la sensación de una victoria tras 19 años en Lanús en la temporada que volvió Di María.
Central creció en fútbol gracias al pibe, leyó espacios y generó problemas en una defensa que esperaba apellidos distintos para controlar y que no pudo encontrarle la vuelta.
Y dentro de esas situaciones que nacieron de los pies del chico estuvo el mano a mano de Duarte con Losada en el que Merlos vio penal y el Var ratificó para tirar leña al fuego de las redes sociales, pero también para que Angelito muestre su toque mágico y genere el delirio de los viajeros y de los que quedaron en casa. También hubo que sufrir, como si el destino nos quisiera gastar otra broma macabra, pero primero Broun hizo lo suyo y luego Giménez despejó los temores junto con la pelota y Di María lideró el festejo como director de orquesta de cara a la tribuna, en esa unión cada vez más fuerte. Ya no se trata de apellidos, el fútbol comenzó a ser fútbol…