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La Derecha Fest: extractivismo, odio y guerra cultural

Por Lucas Micheloud (*)

Este martes 22 la ciudad de Córdoba fue escenario de un evento que, si bien podría entenderse como una excentricidad libertaria, refleja muy bien el momento político y cultural que atraviesa nuestro país: “La Derecha Fest” fue promocionada como “el evento más anti-zurdo del mundo”, organizado por think tanks de extrema derecha (Fundación Faro, Gaucho Agencia de la Batalla Cultural, Hojas del Sur, La Derecha Diario, entre otros) que reunió a influencers y operadores ideológicos de la ultraderecha, con entradas valuadas en $35.000 pesos, y que incluyó un discurso del presidente Javier Milei.

Sin embargo, La Derecha Fest no fue sólo un espectáculo ideológico, sino otro intento por instalar un nuevo sentido común que presenta al mercado como el único horizonte posible. De esta forma, en nombre de la libertad del mercado, los libertarios siguen braceando la reducción (sino demolición ) del Estado-Nación, la ridiculización de las disidencias de pensamiento, la criminalización de las protestas ecosociales y la banalización de la agenda vinculada a la ampliación de derechos.

Los buenos y los malos, simplificar para esconder

Por lo general los discursos de los libertarios (así sucedió en La Derecha Fest) tienen una estratégica simplificadora, que divide el mundo entre “progreso o zurdos”, “libertad o comunismo” ,“ciudadanos de bien o militantes rentados”, construyendo una lógica binaria que no sólo niega la complejidad de los debates políticos y el alcance de los conflictos ecosociales actuales, sino que elimina deliberadamente las causas estructurales de la crisis ecológica, social y democrática que atravesamos.

En este marco, el ambientalismo ha sido designado por el oficialismo nacional como uno de los principales enemigos internos del gobierno, acusado de liderar un supuesto “marxismo cultural” que conspiraría contra la soberanía nacional y el desarrollo económico nacional que se postula como “punto de partida para la libertad de los argentinos” (así calificado en el nombre de la denominada Ley Bases).

Todas las derechas en sintonía

Esta estrategia no es un invento argentino, sino parte de un patrón común transnacional que une a las extremas derechas, y vincula concretamente a Milei con figuras como Trump, Bolsonaro o Vox, todos ellos paladines de una cruzada contra la llamada “agenda woke”, término comodín que les permite rechazar cualquier política de ampliación de derechos, protección ecológica, igualdad de género, saberes campesinos y ancestrales o reconocimiento de diversidades.

Así, bajo la simulación de “combatir el adoctrinamiento”, lo que hacen los libertarios locales es despolitizar el conflicto, deslegitimar al adversario (calificado frecuentemente como “enemigo”) y naturalizar un modelo que se estructura en la desigualdad social, la desregulación y promoción del extractivismo y el vaciamiento del Estado.

Todo ambientalismo es político, y está bien

En el plano socioambiental, esto se traduce en una ofensiva directa contra la institucionalidad ambiental a partir de la derogación o modificaciones regresivas de leyes ambientales que fueron el fruto de décadas de luchas y movilizaciones populares en nuestro país, por ejemplo, las leyes de Bosques (26.331) y Glaciares (26.639).

Frente a esta avanzada debemos reafirmar el carácter profundamente político del ambientalismo en Argentina, que no es conservador sino profundamente revolucionario.

Tampoco es teórico ni surge del romanticismo con la naturaleza, sino que nace de las necesidades emergentes de los territorios de nuestro país: desde Andalgalá a Jáchal, de Uspallata al Impenetrable Chaqueño, del Delta del Paraná a la Costa Atlántica, de los Salares Altoandinos al Golfo San Matías, del Lago Mari Menuco al Quebracho en Villa Allende.

Este ambientalismo que el presidente desprecia y califica como enemigo lleva también en su génesis las históricas resistencias de las comunidades campesinas y pueblos originarios que defienden la tierra y los bienes comunes hace décadas –sino siglos– denunciando los impactos del modelo extractivista.

Más que ideología, una disputa por el bien común

Por eso lo que está en juego no es simplemente un debate ideológico, sino una disputa profunda sobre el sentido de lo común, sobre la organización del tejido social y sobre la posibilidad de un futuro vivible en nuestro planeta tierra, rechazado las distopías escapistas hacia Marte o planetas distantes en nuestro Sistema Solar como la solución para gestionar el colapso climático y ecológico.

Mientras la extrema derecha siga banalizando las múltiples crisis socioecológicas y reduzcan los territorios a zonas de sacrificio o tierras raras, el ambientalismo deberá intensificar su radicalidad, potenciar su pensamiento crítico (y creativo), insistiendo en que no hay justicia social sin justicia ambiental.

La guerra como modelo de acción de los libertarios

No sorprende que la guerra cultural sea explícita cuando el abogado y biógrafo de Milei, Nicolás Márquez, declara sin tapujos en La Derecha Fest: “No crean que estamos en una democracia noruega, estamos en guerra. A nuestros enemigos tenemos que exterminarlos políticamente, ideológicamente, espiritualmente.” Esta declaración revela la naturaleza autoritaria y beligerante del proyecto político que hoy amenaza no solo las conquistas sociales, culturales y democráticas, sino también la justicia ecosocial.

El ambientalismo no está en guerra. Todo lo contrario. Venimos a proponer un nuevo Pacto Ecosocial, basado en la ética del cuidado, la solidaridad, justicia y paz con la naturaleza y todas las formas de vida que habitan nuestro planeta. En un clima de época que celebra el saqueo de los bienes naturales y se rinde culto a la libertad de mercado, seguiremos reafirmamos nuestros principios y convicciones, sin retroceder ni condicionar nuestras acciones.

(*) Co-Director Ejecutivo de la Asociación Argentina de Abogados y Abogadas Ambientalistas.

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