Quienes nos separamos de nuestras parejas sabemos que hay varios pasos, no siempre idénticos y lineales, que atravesar. El primero es el de llorar en el espacio privado y público de manera sostenida.
Lugares en los que lloré:
sentada en el colectivo 46,
en la verdulería del Coto,
en el Lavadero; cuando Carolina me preguntó por qué le llevo menos ropa,
al lado del dispenser de la oficina,
cada vez que sonó “No podrás” de Cristian Castro.
Paloma Richi lleva una planta. ¿Acaso nos alegran cuando uno está solo?Cuando volvemos a tener hambre, a tener ganas de saludar a la vecina y a comer algo más que fideos, solemos caer en la etapa dos: el odio. No importa cómo haya terminado la relación, la etapa de odiar a tu expareja es totalmente necesaria para poder pasar a la etapa tres: detectar los beneficios de estar sin el otro. Cuando los encontrás y llorás una vez por semana, entrás al mundo moderno en el que estar ocho años en pareja puede resultar old fashion y el tema que nos atraviesa es el divorcio: sangramos y nos divorciamos.
Entonces, OkCupid.
Es el día más frío del año y casi no hay bares poblados pero me siento en una esquina y descargo Okcupid. En las fotos uso medias de red y miento con la edad. La aplicación me pregunta cómo me describiría y digo Divorciadah. Esa definición alcanza para que todos los matchs, esas personas a las que les gustas y te gustan, escriban.
Como los post it que usamos para no olvidarnos de las cosas importantes, enlisté los hombres con los que voy a salir: uno cada dos días durante veinte días.
N tiene 28 años y es médico cardiovascular, lo que me emociona especialmente por la obsesión que guardo con las enfermedades que puedo llegar a tener o que siento que ya tengo. Nos sentamos en El Federal, el bar más viejo de San Telmo, y pedimos la comida.
Las compras. Paloma Richi se pregunta si a veces parece que elegir porciones chicas es algo incómodo.La nota número uno que hago en mi mente es:
no hay que salir a cenar si no conocés al otro porque es muy difícil escapar.
A N le pregunto casi todo. Sé cómo se llama su perro y que no visita tanto a su papá; sé que le gusta probar cualquier tipo de alfajor y de cerveza y que no le va bien en las otras aplicaciones de citas porque él no es tan alto y musculoso como los demás. La última vez que lloró fue cuando se murió un paciente que quería mucho. Me cuenta que su especialidad es la enfermedad arterial coronaria. Cuando terminamos de comer le lancé mi veredicto personal: entendí todo lo que me contaste de medicina porque soy bioquímica. Esto no es verdad, pero sí es verdad que no me preguntó ni lo que estudié ni de qué trabajo ni cuándo fue la última vez que lloré (hoy).
Okcupid es la aplicación preferida por los usuarios progres. Tiene un menú con más de cien preguntas y eso la diferencia de las otras aplicaciones que no tienen información específica sobre intereses y datos personales. Según las respuestas, indica el porcentaje de compatibilidad con los demás.
La única pregunta que respondo es:
¿Cuánto querés que dure tu próxima relación?, ¿una noche?, ¿de un par de meses a un año?, ¿varios años?, ¿el resto de mi vida?
Una noche. Porque si algo caracteriza a las variables de Okcupid es que una noche rankea alto y eso, sabemos, funciona como imán.
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Después de dos mil novecientos veinte días en una relación monogámica, conocer a personas nuevas y saber cómo hablar, cómo moverse, qué decir y qué no, es como tatuarse toda en una sesión de una hora o como llenarse el cuerpo de cera y que te la arranquen de un tirón.
Por eso, la nota mental dos que hago es:
se sobrevive preguntando.
Preguntar para no tener la presión de articular tantas palabras juntas, preguntar por interés; preguntar pero no escuchar bien las respuestas y que eso te de un recreo del pensar. Preguntar para hacer tiempo, preguntar por obsesión; eso me pasó en cada salida y en cambio, en todos los casos menos en uno, encontré algo: los hombres de Okcupid preguntan poco.
T es sociólogo y tiene 32 años, vive a una hora y media de distancia pero viaja hasta donde estoy y llega con un portavelas de regalo. Para vos, no sé si es tu onda igual, me avisa mientras estira una bolsa fucsia y brillosa. Escapar de la cena después de un regalo no es una opción así que pido una tortilla para comer. Trago sin masticar porque tengo brackets y sé que la comida me queda entre el metal. Y ahí entiendo algo: separarse es estar quieto ante los demás, ser la mejor versión de una misma, tragar la comida sin sentir el sabor solo para no verse mal.
Hay un aire común que atraviesa a los usuarios de las aplicaciones de citas, un aire divertido pero al mismo tiempo una ráfaga que nos muestra como cansados y extinguidos, o tal vez sea la pose de estar vencido o de no esperar nada de nadie.
T posiblemente sí espera algo porque llega a nuestro primer encuentro con un regalo y, ahí mismo, me cuenta que es especialista en hacer masa de pizza de fermentación larga. Me aprendo el nombre de todos sus hermanos y sé que sus tíos tienen una casa en Bariloche. Aprovecho entonces para preguntarle si los terrenos ahí mismo son baratos. Abandono mi escucha presente e imagino mis días lejos de la ciudad y cerca de las montañas, lejos de las aplicaciones de citas y del ruido y de los semáforos. A mil seiscientos cincuenta kilómetros de El Federal estaba mi posible futuro imaginario.
Pero ese aire a derrota es, de todas maneras, más fresco que la dinámica monogámica que implica para muchos convivir en pareja. Hay algo en esa vida compartida que te avejenta, incluso te hace parecer físicamente al otro. Hace dos días escuché de la voz joven de una chica que viajaba en el colectivo 39 que es cool separarse y estar perdido.
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La excepción de quienes preguntan poco la encontré en el campo. Me encontré con S a tomar una cerveza y a no comer, en un bar oscuro de Villa Crespo. Vencida pero dispuesta a preguntarlo todo me encontré respondiendo de igual a igual. S es apicultor y me muestra que todavía tiene las manos lastimadas por el trabajo, veo las marcas en sus dedos y le señalo que me corté un poco el índice queriendo cortar un queso duro. Además del campo y la apicultura, lee y da talleres de escritura. Me pregunta recomendaciones de consignas para escribir y le cuento una: la de empezar a escribir a partir de oraciones sacadas de distintos libros.
Le muestro por fotos que mi abuelo en su casa hace una especie de almíbar, una mezcla que tiene agua y azúcar, que sirve para atraer a las abejas. Mi papá y mi abuelo eran apicultores pero eso no se lo cuento. En un delirio total le muestro una foto de mis hermanas y le digo que me cortaría los dedos por ellas. Llegamos a mi casa y, cuando apoya su bolso en el piso, una abeja aparece volando alrededor suyo. Le digo que seguro había salido desde adentro de la riñonera y me avisa que no, que no hubiese aguantado viva. ¿Las abejas pueden aparecer en un departamento de la capital a las dos de la mañana? la ciudad está llena de abejas en los pocos árboles que hay, dice mientras se da cuenta que se le rompió, a la altura del pecho, la remera naranja que lleva puesta. Lo tomo como otra señal por parte del campo.
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Alrededor de doscientas millones de personas usan las aplicaciones de citas cada mes en el mundo y según “The Economist”: “Argentina es el segundo país de la región que más encuentros concreta y que más éxito tiene en la formación de nuevas parejas: más del 70 por ciento de los encuentros vuelve a repetirse y un 40 por ciento de ese porcentaje se transforma en un vínculo duradero”.
En agosto de este año mi papá se casó por segunda vez. Conoció a C en Tinder y desde la primera vez que se vieron él nos avisó que esto es cosa seria. Sus cuatro hijas fuimos testigos en el Registro Civil y todas nos reímos cuando la Jueza de Paz le preguntó a los novios, ¿cómo se conocieron? Ella respondió muy seria, acá si me dicen que se conocieron en un almacén no les creo, todo es por internet ahora. De cinco personas que caso, tres son de Tinder.
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A G lo conocí después de las abejas, por lo que la expectativa pesaba muy poco. Nos sentamos en un bar enfrente al Parque Lezama. Sobre la mesa, un mantel gris con una frase clara: las cosas sucederán. Somos vecinos y él me cuenta entre qué calles vive: a media cuadra de mi casa. Miento con la dirección de donde vivo porque me acuerdo de una historia que se viralizó hace unos años: la chica invita al chico a comer a su departamento, terminan de cenar y él le pide permiso para ir al baño. Pasan veinte minutos y no vuelve, ella se preocupa y llama a las amigas por teléfono. Pasan veinte minutos más, llama a la policía y se va de su casa. Cuando la policía llega al departamento encuentra todo el baño cubierto de film y a él con un cuchillo en la mochila.
G me cuenta que trabaja como investigador del CONICET y que nació en Tucumán. Está convencido de que ir a terapia presencial es mejor que de manera virtual; me cuenta que tuvo tres novias y a dos las conoció en La Plata, pero su novia más importante era su mejor amiga y ahora no se hablan más. Sé que odia el sushi y que come algo de pollo todos los días. Me ayuda a entender que no importa la profesión, ni que tan académico o lector seas, la pasión por la pregunta parece estar totalmente en decadencia.
Las descripciones de los usuarios y cómo se presentan ante el mundo es la retórica más fuerte de las aplicaciones de citas. A partir de ahí uno puede entrar o no en los códigos y sentidos compartidos del entramado social. M tiene 29 años y dice: esto es peor que Zona Jobs pero acá por lo menos somos todos peronistas. L tiene 31 años, vive en Castelar y deja en claro: Si votaste a Milei no me escribas.
A medida que avanzan los días, la cera del cuerpo se empieza a enfriar y el tirón duele menos. Las aplicaciones de citas ayudan a salir un lunes a la noche y a tener imágenes y días bizarros pero necesarios y a llorar menos en la calle.
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Paloma Richi nació en Buenos Aires en 1995. Estudió Cine, es licenciada por la Universidad Nacional de San Martín y actualmente está cursando la Maestría en Periodismo Narrativo de la misma universidad. Cuando es de noche, escribe. Empezó con la ficción pero siempre vuelve al periodismo. Hace poco descubrió una obsesión: escribir sobre los oficios que parecen estar próximos a extinguirse. Vive en San Telmo, donde cada vez que sale a caminar se topa con un universo distinto. De chica viajó por todo el país siguiendo a una banda de rock. Ahora cuida más su espalda.