En 2021, el escultor italiano Salvatore Garau vendió una escultura invisible. La escultura inmaterial se llama Io sono (“Yo soy”) y viene acompañada por un certificado que da fe de que esta obra existe y costó quince mil euros.
El autor sugiere exponer este monumento al vacío en un salón amplio –de 150 por 150 metros– y libre de obstáculos. La iluminación no es importante. Tampoco la vigilancia. Garau viene de hacer otra instalación inmaterial llamada Buda en contemplación. (Pensemos en títulos posibles para poner a un pedazo de nada. Es un chiste que ya se hizo montones de veces, pero sigue siendo eficaz. Lo que hace la diferencia –como en todo chiste– es la gracia para contarlo).
Véase en esta noticia la crónica de una picardía, al estilo del cuento del traje del emperador. O un juego paradojal. O la enésima esnobeada de la vanguardia. Nosotros vemos también una loa al capitalismo: todo se compra, todo se vende. Y cuando ya no queda nada más por vender, se pone en venta la nada.ß
Algo más…
La escultura invisible de Salvatore Garau es el último eslabón de una cadena que incluye cuadros en blanco (como en la pieza teatral Art, de Yasmina Reza), salas de museos que exponen paredes desnudas, y la composición musical (?) “Cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio”, de John Cage.ß