«Las economías populares siguen siendo vistas de forma despectiva o paternalista. Se habla de ellas como fenómenos temporales, como respuesta a emergencias, a un momento de crisis. Eso tiene la premisa, más o menos explícita, de que deberían dejar de existir una vez terminada la crisis, pero así se les niega todo el valor productivo y político que tienen», dijo en una entrevista con Télam Verónica Gago, doctora en Ciencias Sociales y politóloga por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Según un informe oficial, en 2022 los trabajadores inscriptos en el Registro Nacional de la Economía Popular (ReNaTEP) ascendían a unos 3,4 millones, de los cuales el 58% eran mujeres Gago, que también es investigadora del Conicet y de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), es una de los compiladoras del libro «Economías populares – Una cartografía crítica latinoamericana», publicado por Clacso a fines de 2023. La selección de los artículos reunidos allí también estuvo a cargo de Cristina Cielo y Nico Tassi.
«Las economías populares -opinó Gago- muchas veces logran poner en evidencia el carácter político de una crisis y nos recuerdan la dimensión colectiva que es necesaria para enfrentarla», sostuvo Gago en una entrevista con Télam.
-Ése es un punto fundamental porque, de forma despectiva o paternalista, se habla de las economías populares como fenómenos temporales o respuestas de emergencia a un momento de crisis. Esto tiene la premisa, más o menos explicita, de que deberían dejar de existir una vez terminado el momento crítico y, de ese modo, se les niega todo su valor productivo y político. En la Argentina existe un discurso que no termina de reconocer a las economías populares como un trabajo digno. En el libro discutimos esa idea desde varios lugares: primero, historizando la conexión de estas economías con las formas subalternas de reproducción social en nuestro continente.
Luego, entendiendo las formas de construcción, durabilidad y persistencia que adoptan las economías populares, que les permite en los momentos de agudización de las crisis cumplir un papel tan importante como el de ser infraestructuras que activan saberes, redes y recursos preexistentes; algo que se vio muy claro en la pandemia de Covid-19, por ejemplo. Finalmente, nos permite comprender la crisis del trabajo asalariado estable como un fenómeno que ya es estructural, y las economías populares son una expresión de esa crisis.
-¿Cómo afectan las crisis, tanto sean económicas, políticas y/o sociales, a las economías populares?
-Lo hacen de manera diferencial. Afectan para peor, en el sentido que son las primeras que sufren recortes de presupuestos públicos, que se organizan en territorios bajo condiciones menos favorables en términos de servicios y son las destinatarias de ansiedades racistas y clasistas. Por ejemplo, se las acusa de que sus trabajadores y trabajadoras son vagos, subsidiados, etc. También como chivo expiatorio de la máquina de inseguridad cotidiana que es el neoliberalismo. Muchas veces las crisis se canalizan por derecha. Esto significa, por ejemplo, que la lógica meritocrática se traduce en culpabilizar a los sectores más empobrecidos. A la vez, diría que las economías populares muchas veces logran también poner en evidencia el carácter político de esas crisis: nos recuerdan la dimensión colectiva que es necesaria para enfrentarlas.
-¿Quiénes conforman las economías populares y qué aporte hacen estos sectores al sistema económico en general?
-Tienen un carácter de clase evidente: son las y los trabajadores más precarizados y quienes trabajan en condiciones no registradas. Además, según el trabajo que venimos haciendo, aportan de muchísimas maneras, porque producen en muchas áreas cada vez más «contabilizadas» como sectores: textil, agricultura, servicios de cuidado, construcción, comercio, entre otros. También se ensamblan con cadenas de valor globales y organizan lo que desde la economía feminista llamamos ‘reproducción social’. La asistencia alimentaria de unas 10 millones de personas hoy en la Argentina está a cargo de trabajadoras comunitarias. Es un número más que contundente.
-El libro aborda las diversas economías populares que se presentan y desarrollan en América latina. ¿En qué se diferencian cuando se abordan los diferentes países del continente y cuáles son sus características principales?
-Lo interesante del libro es que es una cartografía latinoamericana que rastrea las genealogías, las distintas secuencias históricas y coyunturas en que estas economías se despliegan. Lo que marcaría como características en común es que son experiencias donde se actualiza lo que entendemos como popular, una categoría problemática y riquísima para nuestra región. Es decir, que viven de su esfuerzo y capacidad de trabajo, sin que eso signifique necesariamente recibir un salario regular. Esto permite entender, por ejemplo, qué tienen en común los feriantes, los trabajadores de las ollas populares, los de delivery y los cooperativistas que arreglan las calles con las iniciativas comerciales. Esta perspectiva regional nos permite entender que muchas de sus estrategias y escalas no se pueden entender solo en términos de fronteras nacionales.
-¿Cuál es su opinión sobre el contexto actual de las economías populares en el país? La Conferencia Episcopal Argentina emitió un documento en el que le pidió al Gobierno la asistencia del Estado a este sector porque, al igual que otros, padecen las consecuencias de la alta inflación y «prácticamente trabajan sin derechos».
-El Gobierno de Javier Milei se ha ensañado con los sectores de la economía popular que reciben asistencia del Estado para desarrollar sus emprendimientos. Las políticas aplicadas hasta el momento también afectan a la economía popular no organizada, a causa del ajuste directo llevado a cabo a la población trabajadora más precarizada. Creo que el término que aplica para las políticas de Milei sobre este sector -que antagoniza de distintas maneras con la idea ultra neoliberal de capital humano- es la de crueldad.