Es un modelo de propaganda electoral bastante raro, el del infatigable ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis. Ha convocado a un paro activo, con asambleas que incluyen hasta a los empleados de su ministerio, para enfrentar a dirigentes de la oposición a quienes acusa, sin identificar, de querer parar la inversión del Estado. Entre los apuntados figura el libertario, anti estatista a ultranza Javier Milei.
Notoriamente metido en el operativo, Katopodis va de inauguración en inauguración y de acto en acto con todo lo que tenga a mano: sin parar, acumula arriba de 30 presentaciones desde que lanzó la extraña medida de fuerza, el pasado 12 de septiembre. A menudo monta de a tres o de a cuatro encuentros por día.
Como corresponde tratándose de lo que se trata, la gran estrella de la movida es Sergio Massa aunque comparta cartel con Alberto Fernández, con Wado de Pedro y Axel Kicillof. Vistos el espacio en el que se desarrolla la obra y los actores que la protagonizan, salta obvio que las fichas están puestas en retener a la provincia de Buenos Aires.
Siempre plantado en su papel de operador todoterreno, Katopodis sobreactúa y exagera sin medir palabras: “La oposición quiere que no se construyan más escuelas, hospitales, universidades ni se realicen trabajos de saneamiento”, dice. Y por poco no se pega un tiro en el pie, cuando afirma: “Muchas veces se piensa que la obra pública se usa políticamente para avalar a un intendente propio”.
Ocurre que de eso que cuestiona hay abundante en los actos que él encabeza, esto es, la presencia de “intendentes propios” en dimensiones comprobables con solo ir al listón que hay en la misma Web de Obras Públicas. Más aún, el propio Katopodis fue intendente de San Martín antes de ser ministro y cada tanto sobrevuela el rumor de que quiere volver.
Pero si existe algo que habla de la apuesta bonaerense mejor que cualquier relato ese algo se llama plata en cantidad y, más precisamente, “transferencias discrecionales” por miles de millones que se manejan y reparten desde la Casa Rosada, según convenga a los planes del poder político. Antes refrendaba las operaciones Néstor Kirchner, ahora Cristina Kirchner.
Se trata de una súper caja que los especialistas han definido de esa manera y que es alimentada con los recursos generados por un truco siempre rendidor.
La maniobra, para nada ilegal, consiste en subestimar la inflación que sirve de pauta para fijar las cuentas fiscales de cada ejercicio y significa, en los hechos, subestimar los ingresos. Por ejemplo, poner 60% en el Presupuesto corregido de 2023 cuando se sabía que el número final iba para un 100% largo y que la recaudación impositiva acompañaría la trepada.
Y como los recursos son una estimación y no un cupo fijo, el Gobierno tiene luego manos libres para gastar el excedente por fuera de los destinos fijados en el Presupuesto Nacional. Normalmente, bajo un sistema de premios y castigos donde puede entrar de todo: desde canjear apoyo para leyes que interesan al oficialismo y dividir a la oposición, hasta fortalecer las posiciones propias con dirigentes cooptados de otras fuerzas.
De ahí proviene, finalmente, la impresionante montaña de plata que fogonea las chances reeleccionistas de Axel Kicillof y, en el mismo acto, apunta a mantener el control sobre la provincia que reúne el mayor poder de voto del país: un 37% del total o 13 millones de electores. Es, también, el lugar donde Cristina Kirchner concentra gran parte de su capital político y en el que piensa refugiarse en caso de una derrota en la elección nacional.
Queda claro, en datos de la consultora Aerarium, que si el control del feudo está hoy en peligro no es por falta de dinero sino por otros motivos, entre los cuales los más recientes y no los únicos son el escándalo protagonizado por el ahora ex jefe de Gabinete de Kicillof, Martín Insaurralde, y el destape de la corrupción incrustada en la legislatura provincial.
Axel Kicillof en un acto a principios de septiembre con Insaurralde y Federico Otermín en Lomas de Zamora.El incesante bombeo de recursos hacia la gobernación bonaerense empezó apenas Kicillof desembarcó en La Plata. Arrancó con una partida de $ 159.100 millones, en 2020, y fue creciendo de año en año hasta sumar impresionantes $ 954.600 millones, casi un billón, en lo que va del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández.
Y para que se entienda mejor por qué a ese despliegue de fondos se le llama “transferencias discrecionales”, vale agregar que los $ 954.600 millones que hasta ahora le han tocado a Buenos Aires equivalen al 42% del paquete completo. Esto es, 42% de un total de 2,3 billones de pesos.
Otra manera de decir lo mismo es decir que el 58% restante se lo reparten entre 23 provincias, considerando como tal a la Ciudad Autónoma. O también que a Córdoba y a Santa Fe fueron parejitos 5,4% para cada una y un 4% a CABA; esto es, las tres jurisdicciones que en la tabla le siguen a Buenos Aires no llegan a reunir ni un 15% juntas.
En continuado tenemos que el billón de Kicillof equivale a la mitad del presupuesto del Ministerio de Educación, que supera al de Obras Públicas y duplica al de Salud. Obvio, nada ni remotamente parecido tenemos con los $ 122.200 millones o $ 90.300 millones que durante el actual ciclo kirchnerista les asignaron a Córdoba y a la Ciudad de Buenos Aires, respectivamente.
Así de federal es “la Argentina federal” que pregona Katopodis y así funciona el Estado presente que el kirchnerismo agita como si fuese una poderosa bandera contra la desigualdad social. Nada hay de eso, visiblemente: hay, en cambio, mucho manejo de los recursos públicos en beneficio propio y de los propios y mucha sospecha suelta.
Tomados de informes de Aerarium, los datos de enero-agosto de 2023 son un muestrario del destino que tienen las “transferencias discrecionales” que llegan a Buenos Aires. Aparecen, entre otras cosas: $ 154.109 millones para “asistencia financiera”, que bien pueden llamarse fondos electorales; 13.982 millones para obras públicas; 74.547 millones orientados al pago de salarios docentes y 32.966 millones en subsidios a hospitales.
El total-total asciende a $ 330.889 millones, una enormidad comparado con los 36.978 millones que fueron a Santa Fe y los 27.157 millones de Córdoba. Todo, federalismo estilo K puro en medio de la batalla electoral.
Por fuera del paquete que le llega de las transferencias discrecionales, digamos por derecha, Buenos Aires también reina en el reparto de los planes sociales. Desde enero de 2023 hasta el 3 de octubre ha recibido $ 510.000 millones entre los dos programas más grandes, el Potenciar Trabajo y la Tarjeta Alimentar; esto es, un 42% de un instrumento potente para los fines más diversos.
Está por verse en cualquier caso si semejantes tanques financieros le alcanzan al kirchnerismo para retener la Provincia, cuando los vientos de la crisis económica y social soplan fuerte y tanto la gestión nacional como la bonaerense hacen agua por donde se mire.
En la parte que le toca directo a Kicillof, los partidos del Conurbano, aparece una tasa de pobreza que, medida por habitantes, canta un 47% y 6 millones de personas para el primer semestre de este año. En los mismos seis meses de 2019, o sea, un período comparable con el del 2023, las cifras decían 39,8% y 4,9 millones.
El saldo revela que la pobreza aumentó 7 puntos porcentuales y agregó 1,1 millones de personas, en un territorio tradicionalmente afín a las posiciones kirchneristas. Queda claro que tradicionalmente no es sinónimo de definitivamente.
Un universo cercano a la pobreza, si no directamente integrado al mundo de los pobres es el de los trabajadores informales, que carecen de coberturas sociales y laborales básicas y cuyos sueldos apenas llegan a la mitad de los que cobran los asalariados registrados.
Según estimaciones de especialistas, cerca del 50% de los trabajadores ocupados son asalariados informales y, previsiblemente, gran parte de ellos y sus familias viven en el conurbano bonaerense.
Sobre la superficie, el ruido que retumba y no hay manera de ocultar ni relato que valga sale de la corrupción con formato K. Debajo de la superficie tenemos, por ahora, un barullo cada vez más intenso.