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Los ajustes ocultos en el acuerdo con el FMI y los versos marca K

Es casi una obviedad, si no una obviedad de punta a punta, decir que el acuerdo con el Fondo Monetario fue acelerado por los ruidos y la incertidumbre que mete el debate sobre la llamada Ley Omnibus en el Congreso, por el impacto que ya se advierte en el mercado financiero y, al fin, por la necesidad de reafirmar una pieza central del cambio que impulsa Javier Milei.

Lo único que le faltaba a semejante cóctel era la aparición de alguna sombra sobre el pago de la deuda con el FMI, y justamente ese riesgo fue lo que buscó aventar el anuncio del miércoles. Quedó plantado, en el mismo acto, el aval del organismo internacional al operativo libertario.

Con las reservas netas, digamos disponibles, en rojo profundo, la Argentina no tenía cómo afrontar las obligaciones de capital con el Fondo que caen de enero a abril ni tampoco el préstamo ya vencido que, para el mismo fin, había acercado la Corporación Andina de Fomento. Ese agujero que apremiaba se cubrió con un desembolso de US$ 4.700 millones del propio FMI, pendiente del acuerdo con el kirchnerismo de 2022 que Alberto Fernández y Sergio Massa incumplieron a su manera.

El efecto inmediato de la movida fue un bajón del dólar blue de 40 pesos en un solo día y otro de 30 en el contado con liquidación con el que operan las empresas. Más el repliegue de una brecha cambiaria con el dólar oficial que, según los casos, ya había escalado al 40-47% y la subida de las acciones de empresas argentinas que cotizan en Wall Street.

Está claro que aquí hay mucho jubileo financiero y por lo mismo ninguna garantía que dé para adelantarse a cantar victoria. En unos cuantos casos se trata de cotizaciones que habían bajado demasiado o subido demasiado.

Pero como nunca nada sale ni saldrá definitivamente gratis con el FMI, siempre existen cláusulas del pacto que, más tarde o más temprano, aseguran el repago de los convenios y entre ellas algunas puestas por los propios funcionarios de los países negociadores. Esto es, sobregarantías o reaseguros a menudo derivados de la necesidad de mejorar los antecedentes del deudor.

“¿De dónde sale eso de que el Gobierno se propone lograr un superávit primario (sin computar intereses de la deuda) del 2% del PBI este año”, se pregunta un especialista que lleva tiempo viendo pasar acuerdos con el Fondo Monetario. El caso es que antes de ahora la meta consistía en llegar al equilibrio primario o al déficit cero al finalizar 2024, no saltar de un desequilibrio del 3% en 2023 a un superávit del 2% al año siguiente.

La diferencia parece poca, salvo que se calcule cuánto significan dos puntos del Producto Bruto medidos según el dólar oficial, o sea, al tipo de cambio más acomodado que tenemos. Estaríamos hablando entonces de arriba de US$ 10.000 millones, nada más y nada menos. Y de un ajuste fiscal adicional al ya anunciado.

Tan colocado ahí está el foco del ministro de Economía, que el propio Luis Caputo advirtió que la alternativa a la Ley Omnibus es un apretón mayor. ¿Serán esos dos puntos del PBI o serán dos puntos y algo más?

Otra apuesta grande del Gobierno fue comprometer “una acumulación de reservas netas de 10.000 millones de dólares para finales de 2024, incluidos los 2.700 millones acumulados durante las últimas semanas de 2023”. Vale precisar que son dólares-dólares y no pesos convertidos a dólares, como los 10.000 millones y pico del sobreajuste fiscal.

En cualquier caso se trata de una meta súper ambiciosa, pensando solamente en que al 31 de diciembre de 2023 las reservas netas marcaban un rojo calculado en US$ 9.700 millones. El juego de las cifras dice que estaríamos acumulando US$ 10.000 millones para llegar a fin de año con reservas netas en 0.

La herencia maldita

Herencias gravosas en el medio que el kirchnerismo no quiere reconocer, una bien seria acaba de pegar el campanazo: 25,5% en el índice de precios de diciembre y 211,4% en los últimos doce meses. Aun cuando la devaluación de Milei hubiese potenciado el sacudón inflacionario de diciembre, está recontra probado que este proceso viene acelerando hace rato y comiéndose ingresos y salarios también hace rato.

Para el caso, el incremento que acumula el costo de los alimentos entre comienzos de 2020 y fines de 2023, o sea, ciclo K completo. Con el ya impresionante 251% del año pasado, el índice acumuló 1.362% durante ese período, frente a una inflación general que fue del 1.146%.

Por si hace falta, vale insistir en que no hay ajuste mayor al de una inflación que alcanza esas alturas y más aún cuando se trata de bienes esenciales, en muchos sentidos insustituibles y de aquellos que marcan la línea de indigencia.

Y la serie continúa: según el pronóstico promedio que el Banco Central releva entre consultoras locales y del exterior, el índice general de enero ya pinta para alrededor del 25%. Esto es, 56% acumulado en sólo dos meses y la mitad del aumento que el Gobierno le pegó al dólar oficial apenas asumió o, si se quiere, expectativas de devaluación renovadas.

El indicador que maneja el BCRA dice 18,2% para febrero, 15% en marzo y recién un dígito o el 8,2% en junio. El 2024 punta a punta proyectado por las consultoras marca 213%, o sea, otra vez sopa y sopa de la espesa.

Previsiblemente, ahí tenemos entre otros aumentos en las tarifas de la electricidad y del gas natural, en el transporte público, las prepagas y otras especies similares. Sonaría a música de otro planeta que algunas empresas del lote de las que se pasaron de la raya vuelvan atrás con las remarcaciones, incluso ante un retroceso de la demanda como el que ya se advierte en supermercados y comercios de barrio.

En cualquier caso, una inflación que recién empezaría a dar señales de calma después de la mitad del año no suena a buena noticia. Más bien parece demasiado tiempo para un tormento que cansa, que siembra malhumor sobre malhumor y en algún momento puede hacer sonar las cacerolas.

Como en el 2020, en 2022 y en 2023, este año el fastidio viene acompañado por una caída de la actividad económica.

Por de pronto, el índice del INDEC ya anota siete meses de retroceso sobre once en la producción industrial. El que toca a la construcción marca ocho para abajo. El estimador general dice caída del 1,4% en lo que va de 2024 y las consultoras, 2,6% también para abajo.

Son todos datos duros, de esos que les gusta citar a Cristina Kirchner, aunque difícilmente figurarían en su repertorio. Y menos en los de quienes cuentan historias harto previsibles, generalmente autorreferenciales, donde las críticas nunca pegan la vuelta.

Y si el punto es el Fondo Monetario estaríamos hablando también del mismo FMI con el que el kirchnerismo renovó un acuerdo firmado por el macrismo. Que lo hubiesen dejado caer no es prueba de independencia, sino una de esas cosas que Massa acostumbra hacer.

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