Se puede arrancar con que el 4,2% de mayo es el índice de precios más bajo desde el 4,7% de febrero de 2022 y afirmar, de seguido, que el gobierno libertario parece instalado finalmente en la bendita zona del dígito mensual, después de volar al 25,5% en diciembre y al 20,6% en enero.
Todo cierto, tanto como lo es que acá nomás, sin alejarnos demasiado, tenemos que nuestro 4,2% equivale a la inflación brasileña, a la chilena y a la uruguaya de todo un año: por orden de aparición, 3,9%; 4,1% y 3,7 entre mayo 2023 y mayo 2024.
Solo por si alguien pregunta, en esos doce meses la Argentina anotó nada menos que un 276,4%. Y si la cuestión es mayo, ninguno de los vecinos araña siquiera el 1%: 0,24% dice Brasil y 0,3% Chile.
Está claro, luego, que aún estamos muy lejos de los estándares digamos normales y que, por lo mismo, suena a excesivo afirmar que “lo peor ya pasó” como pregona el ministro Luis Caputo. O al decir del mismo Caputo, que “en cinco meses se hicieron cosas que no se habían hecho en 100 años”.
Siempre en plan de comparaciones, puros números nuevamente, los datos del INDEC recomiendan no volver a aventurarse con eso de que los salarios le están ganando a la inflación. Los últimos disponibles van de diciembre a marzo y cuentan que los precios les sacan 8,4 puntos porcentuales a los sueldos privados registrados, los mejores del mercado, y 13,4 a los que cobran los empleados del Estado.
En el fondo del pozo, los trabajadores no registrados, en negro, sin paritarias ni coberturas laborales pierden por 36 puntos contra la inflación. Vale remachar: han resignado un tercio largo de los ingresos en solo cuatro meses.
Son cifras de un mundo habitado por millones de trabajadores, hace tiempo partido y desigual por donde se mire.
Según el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA), el 30% son asalariados privados registrados, un 20% empleados públicos y el 50% restante se reparte entre no registrados y cuentapropistas también sin registrar. Sintetizado, la mitad son formales con aportes jubilatorios y la otra mitad informales sin aportes.
Para que se entienda mejor, un ejemplo tomado de un informe de IDESA revela cómo se repartieron los alrededor de 600.000 “nuevos” trabajadores que se incorporaron al mercado laboral urbano entre el cuarto trimestre de 2022 y el cuarto del 2023.
En números redondos, lo que sigue del relevamiento dice que de los 600.000, un 20% o 120.000 fueron tomados por empresas privadas en regla y unos 100.000 o el 17% entraron al Estado, en alguna de sus tres formas: nacional, provincial o municipal.
¿Y dónde se instaló el resto?
Hubo 200.00 que se convirtieron directamente en asalariados en negro sin registrar y 160.000, también sin registrar, que se repartieron entre monotributistas y cuentapropistas.
Final del ejemplo y un ejemplo del mercado laboral quebrado y de la precarización: un 37% de los “nuevos” trabajadores fueron ocupados en blanco, en empresas privadas o en el sector público y el 63% restante quedó en los márgenes del sistema, con empleos inestables, mal pagos y ninguna cobertura.
Siempre amplia y extendida bajo las formas más diversas a los ámbitos más diversos, la desigualdad dice ahora que los ingresos de los asalariados en blanco, registrados, aumentaron 214% entre mayo 23 y mayo 24 contra el 129% que les tocó a los trabajadores no registrados y en negro. La brecha, 85 puntos porcentuales.
Pero si la cuestión pasa por definir ganadores y perdedores en toda la línea, los datos del INDEC revelan que ambos sectores pierden contra el encarecimiento de la canasta básica alimentaria, que define la zona de indigencia y marca aumento del 290,7% en el mismo período.
De paso, un par de añadidos al 4,2% de mayo. Uno señala baja del 0,5% en el índice que mide el costo de la electricidad y del gas y el otro, una muy modesta suba del 0,7% en el rubro salud por recortes a las cuotas de las prepagas. Dos veces obvio a cuento de lo mismo: ambos desinflaron el indicador, pero solo transitoriamente.
Por de pronto, la electricidad espera por una tanda de incrementos que, según el poder adquisitivo de los usuarios, va del 22,8% al 155,8% pasando por el 99%. Para el gas, la seguidilla marca 9,3%; 32,9% y 9,8% respectivamente.
En cálculos de consultores privados, aquí tenemos en principio un impacto pendiente de algo más de 2 puntos porcentuales en el índice minorista. Puestos sobre el de mayo, el resultado habría sido alrededor de 6,5% en lugar de 4,2% y proyectados al de junio, dan entre el 5 y el 6%.
El día después del 0,7% empezó con remarcaciones en las prepagas, la mayoría del 6 al 8%, y con el repliegue de una que bajo presión de sus clientes convirtió un 18,8% en 8,8%. Previsible, el rubro salud mostrará en junio una suba mayor a la de mayo.
Todo ocurre, vale insistir, en un escenario en el que se cruzan el deterioro del salario real y una caída del consumo masivo estimada en alrededor del 14,5% respecto de mayo 23, con el tipo de cambio oficial siempre clavado en el 2% mensual y un proceso recesivo que, según el Banco Mundial, apunta a un rojo del 3,5% en el PBI anual.
Encima, el Fondo Monetario. Pide flexibilizar la política cambiaria, reducir los subsidios y “mejorar la calidad del ajuste fiscal”, nada menos que la pieza central del plan -más o menos plan- de Javier Milei.
¿Y qué dicen los famosos mercados? Dicen dólar blue a $ 1.245 el jueves y a $ 1.285 el viernes; acciones de empresas argentinas en Wall Street que un día suben hasta el 7,5% y al siguiente bajan 5,9% y el riesgo país que tanto puede retroceder 63 puntos como aumentar 63 puntos.
odo bien parecido a una timba y nada semejante a un indicador serio sobre cómo marcha la economía real.