Pioz es un pequeño poblado de cinco mil habitantes en la provincia de Guadalajara, a sólo 60 kilómetros al este de Madrid. Una de esas ciudades dormitorio que eligen los que buscan algo de paz. El sitio en el que nunca pasa nada. Hasta que, claro, un día no hay más calma. La serie documental española No se lo digas a nadie, que se emite por Atreseries -también disponible en Flow-, cuenta la historia de un crimen que cambió la vida del lugar.
En agosto de 2016, después de la advertencia de los vecinos por fuertes olores e inactividad en la casa, la Policía ingresó a un chalet del pueblo y encontró a una pareja de origen brasileño y a sus dos hijos de uno y cuatro años descuartizados en bolsas de residuos. El hecho conmocionó a una región en la que no son habituales esos delitos violentos; luego, el caso se hizo internacional, con una gran repercusión en los medios de Brasil.
A lo largo de los episodios, la serie busca desenredar la madeja del crimen, sus razones e impacto en su comunidad. Lo hace a partir de un relato clásico, con entrevistas a investigadores, empleados inmobiliarios que alquilaron la casa, familiares de las víctimas y periodistas. Además, recrea algunas escenas a partir de dramatizaciones.
La serie de cinco episodios busca desenredar la madera del crimen, pero va por el camino del cliché del género.Desde hace años, las series de true crime inundaron las plataformas. Hay tantas que, en ocasiones, son repetitivas o con escasa gracia en la forma de narrar. No se lo digas a nadie es uno de esos casos. En los primeros episodios, se preocupa por contar los hechos y el historial del padre de la familia, a partir de entrevistas con plano medio y la recreación de lo sucedido en el lugar.
El relato no se ahorra detalles sobre el olor que venía de la casa ni imágenes del frío instrumental de la morgue, que no suman más que minutos de morbo. ¿Hay algo de malo en esa decisión? Para nada. En definitiva es lo que fascina de esas series y atrae a millones de espectadores: el morbo por la sangre y por la maldad como parte de la naturaleza humana. Pero acá la mirada se detiene sólo ahí o en la estupefacción.
Cuando se vislumbran las primeras hipótesis y un asesino -cada semana se estrena un capítulo y ya lleva dos de cinco y casi 100 minutos de historia-, la serie no llega a ser perturbadora, ni desnuda patologías, ni logra hacer un perfil psicológico con inteligencia o alguna gracia.
Las escenas están plagadas de pequeñas animaciones sobre algunas conversaciones por WhatsApp, que si bien tienen vinculación con la historia son reiterativas como recurso narrativo. Lo mismo ocurre con la música: una banda sonora demasiado recargada, que subraya de forma innecesaria la tensión de la historia.
Imagen del caso real, en 2016: la Guardia Civil en la puerta del chalet donde aparecieron los cuatro cuerpos descuartizados. EFELos true crime no son hijos de las plataformas de streaming ni de los canales de cable. Desde M, el vampiro de Düsseldorf en los ’30 y A sangre fría en los ’60, el cine primero y las series después intentaron largamente bucear en la oscuridad de nuestra mente. El problema con No se lo digas a nadie es que deja pocas preguntas y no llega a alimentar la sedienta curiosidad morbosa de los espectadores, que son cada vez más experimentados en este tipo de series.
Ficha
Calificación: Regular
Documental Protagonistas: Julián Jiménez, Antonio Zaplana y Jesús Iglesias, entre otros Creador: Juan Carlos Arroyo Muñoz Emisión: Lunes, a las 23.30, por el canal Atreseries. Cada episodio disponible también en Flow Duración: Cinco episodios de 50 minutos cada uno.