Para una persona que se siente tan fascinada por su propio relato como Cristina (no es necesario agregar el apellido), verse condenada a varios años de prisión -sea domiciliaria con una tobillera electrónica o en una cárcel común- puede ser humillante, pero tiene sus ventajas. Desde un punto de vista literario, por decirlo así, lo que le espera parece mejor que el futuro inmediato nada emocionante que se había propuesto como diputada en la opaca legislatura bonaerense. Aunque a Cristina le será muy ingrato no poder salir de su casa o departamento toda vez que quisiera, durante la cuarentena millones de personas sin recursos tuvieron que soportar restricciones mucho más severas.
Al confirmar la sentencia que fue emitida por dos tribunales inferiores, la Corte Suprema le ha brindado a la ex presidenta la oportunidad de desempeñar un papel que a su entender estará a su altura, el de un mártir, la víctima más reciente de la maldad antipopular neoliberal y del despiadado imperialismo del “norte”, “una fusilada que vive” y cuyo heroísmo en la adversidad será celebrado por el progresismo planetario y por generaciones aún no nacidas.
Pensándolo bien, para alguien como ella se trata de una manera aceptable de coronar una carrera pública que ha sido realmente espectacular, una de las más notables de la historia del país. Mal que a muchos les pese, el haber sido presidenta por dos períodos, vicepresidenta por uno y por mucho tiempo la jefa apenas discutida del movimiento peronista no es poca cosa.
¿Y las razones por las que, por fin, la Justicia se le ha venido encima por haber extraído una cantidad fenomenal de dinero de las arcas públicas con la ayuda de individuos como Lázaro Báez y otros de calaña similar? Cristina quiere brindar la impresión de estar sinceramente convencida de que nunca violó ninguna ley. ¿Lo está? Es posible. La egolatría es un mal endémico en el mundo político de suerte que no extrañaría que “la doctora” atribuyera sus deslices en tal sentido a su amor infinito por el pueblo o a lo difícil que siempre le ha sido enfrentar a quienes dicen ser sus amigos. Habrá sido gracias a su bondad que los cultores del “lawfare” se las ingeniaron para atraparla. O puede que crea que sólo recaudaba por motivos netamente políticos como hacen todos los dirigentes del mundo y que por lo tanto es absurdo acusarla de enriquecimiento ilícito.
En las semanas que precedieron al fallo judicial, Cristina se adaptaba anímicamente al culebrón del que es la protagonista exclusiva y que, difundido con entusiasmo por ella misma y por muchos otros, había llegado a dominar la política nacional hasta que, merced al impacto terriblemente negativo que el gobierno resultante tendría en la vida de buena parte de la población del país, la mayoría optó por cambiar de canal y entusiasmarse por otro que es radicalmente distinto, el improvisado por Javier Milei y sus militantes. De más está decir que Cristina reza para que al usurpador le aguarde un destino parecido al suyo, aun cuando, para que ocurriera, el país tuviera que sufrir una implosión apocalíptica que tendría consecuencias atroces para casi toda su propia clientela política.
Huelga decir que los kirchneristas y otros que están sacando provecho de una oportunidad para movilizarse distan de ser los únicos que se sienten heridos por la decisión, largamente demorada, de la Corte Suprema de impedir que Cristina siga siendo un miembro pleno, con todos los fueros correspondientes, de “la casta” aunque por algunos meses, tal vez años, no dejará de desempeñar un papel significante en el drama político nacional. También tienen motivos para lamentar lo que acaba de ocurrir los libertarios.
Es que a Milei y a quienes lo rodean les encantaba hacer creer que Cristina representara la alternativa más probable al proyecto que pusieron en marcha, ya que les permitía advertir a todos los contrarios al populismo de rasgos chavistas kirchnerista que, a menos que lo apoyaran, se abrirían las puertas para que regresaran al poder los culpables de haber provocado la calamitosa situación que imperaba hace apenas un par de años cuando el país corría peligro de ser devastado por un tsunami hiperinflacionario desatado por el gobierno del que la condenada era la jefa de facto.
Para que el movimiento que se ha formado en torno a Milei se consolide, tendrá que mantener intacta la alianza electoral informal que el 19 de noviembre de 2023 le entregó las llaves de la presidencia. Con Cristina y sus fieles al acecho, a los libertarios les resultaba relativamente fácil disciplinar a los macristas, muchos radicales y otros que los consideraban por lejos el mal menor, pero sin Cristina, andando el tiempo los ofendidos por la grosería de Milei y alarmados por el autoritarismo que le es inherente tendrán menos pretextos para respaldarlo.
Si bien los kirchneristas están procurando atribuir la condena a su jefa al “lawfare”, una modalidad que en Estados Unidos suelen emplear izquierdistas en un esfuerzo por hacer tropezar a políticos como Trump o, en Europa, para frenar a partidos considerados derechistas como la Alternativa para Alemania, hay tanta evidencia en su contra que sería poco probable que tuvieran mucho éxito. Por cierto, reivindicar no sólo el modelo económico nada viable que los kirchneristas instalaron sino también la corrupción en escala industrial al que se prestaron no los ayudará a reconciliarse con quienes los repudiaron en 2023 y que, hasta ahora por lo menos, no parecen dispuestos a pasar por alto su aporte a la mishiadura prevalente en amplias zonas del país.
Aunque el mundo democrático está pasando por una etapa sumamente confusa en que partidos de tradiciones centenarias que durante décadas habían ocupado el poder están desintegrándose con rapidez desconcertante o, para sobrevivir, están adoptando posturas que hasta hace poco les eran ajenas, es de prever que, como casi siempre ha sido el caso, en todas partes la política, que por su naturaleza tiende a ser binaria, termine simplificándose nuevamente. Por mucho que fastidie a quienes sueñan con la unidad nacional, la ausencia de grietas es un síntoma de decadencia, de apatía social.
Pues bien, aquí está formándose una grieta que separa a los mileístas fanatizados que festejan las barbaridades de su caudillo locuaz, de los liberales moderados, algunos con proclividades socialdemócratas, que las han tolerado por miedo a suministrar armas a los defensores del viejo orden corporativista. No sorprendería demasiado que, luego de recuperarse del choque que les asestó el naufragio de Juntos por el Cambio antes de las elecciones de 2023, las agrupaciones “republicanas” -“ñoñas”, según los mileístas- lograran incorporar a sus filas a peronistas desilusionados que están hartos de tener que convivir con Cristina y los militantes de La Cámpora para crear un movimiento amplio que esté comprometido con el rigor fiscal sin por eso estar dispuesto a tolerar los excesos extravagantes de los mileístas más furibundos.
Mientras permanezca en el poder, el oficialismo de turno siempre contribuye a creer el partido o coalición de la oposición que, en sociedades democráticas, tarde o temprano lo sucederá en el gobierno. Lo entienda o no Milei, al entregar pretextos para oponérsele a quienes están a favor de parte de su estrategia económica pero tienen buenos motivos para repudiar su estilo de gobierno, está apurando la construcción de una alternativa viable a La Libertad Avanza.
Por mucho que quisieran los mileístas que todo quedara como era antes, cuando se enfrentaban con una “casta” cleptocrática encabezada por una señora acusada, en base de una abundancia extraordinaria de evidencia incontrovertible, de haber saqueado al país y convertido en multimillonarios a los miembros de su entorno, mucho ya ha cambiado desde aquellos días. El que la ex presidenta haya esperado encontrar su salvación en un distrito paupérrimo del convulsionado conurbano bonaerense nos decía todo cuanto necesitábamos saber sobre la degradación del movimiento que por dos décadas había dominado el escenario político del país. Liberados de la mano de hierro de Cristina, los peronistas y otros integrantes de “la casta” permanente tendrán que adaptarse a las circunstancias imperantes o buscar otra fuente de ingresos.
Parecería que en esta, la primera fase de su gestión, la agresividad, sectarismo, guaranguería y el placer físico que le produce a Milei cubrir de insultos a quienes se desvían un solo milímetro de la novedosa doctrina oficial, lo han ayudado a impresionar a la población lo bastante como para asegurarle un resultado satisfactorio en las elecciones que están aproximándose. Puede que los libertarios hayan acertado en cuanto a las perspectivas electorales, pero no les convendría ignorar que una estrategia que se basa en la creación constante de enemigos es forzosamente cortoplacista. Aunque algunos que han actuado como aliados, entre ellos Mauricio Macri, prefieren minimizar el enojo que a buen seguro sienten porque entienden que es del interés de todos que el gobierno siga remodelando la macroeconomía, ya son cada vez menos los dispuestos a poner la otra mejilla cuando están bajo ataque. Bien que mal, los reacios a hacerlo no tardarán en recordarle a Milei que las formas sí importan.