Javier Milei y Victoria Villarruel tienen, o tenían, un pacto. Decirse en la cara lo que al otro le molesta: lo que preferiría no escuchar. Puede parecer una ironía en el vínculo de dos personas que se conocieron por Twitter y que interactuaron un largo tiempo detrás de la pantalla del celular hasta que un día decidieron tomar un café y mirarse a los ojos. Pero así funciona. O funcionaba. Hace tiempo que la relación viene dañada, pese a que aún no transcurrieron ni cien días de administración. En el círculo presidencial sospechan que ella dispone de una agenda paralela que muchas veces no respeta los lineamientos de su jefe. Y en el entorno de la vice consideran que en la Residencia de Olivos se tejen teorías conspirativas disparatadas. Esas diferencias, notorias y peligrosas en un país con demasiados antecedentes traumáticos en la convivencia del primer mandatario y su segundo, han dado lugar a sugestivas especulaciones.
Hace poco más de una semana, Milei y Villarruel se encontraron en la Casa Rosada. Fue una cita a solas que no trascendió. El Presidente la recibió en su despacho. Permanecieron reunidos, sin que nadie los interrumpiera, cerca de una hora y media. Al menos dos funcionarios se cruzaron con la vicepresidenta cuando caminaba por la Galería de los Bustos en busca de un auto que la esperaba en la explanada de la Casa de Gobierno. Se dieron cuenta de que venía del despacho de Milei, aunque no hicieron ninguna referencia al asunto. “Mejor no preguntar cuando la cosa está tan caliente”, dijo uno de ellos.
En aquella conversación ambos procuraron retomar el pacto de hablarse sin filtro. No fue como en las viejas épocas, cuando los dos caminaban en el llano, pero algo de eso hubo. Él le reprochó varias cosas; ella, también. Los enojos vienen desde antes de la asunción.
Los mileístas sostienen que Villarruel no pudo digerir que los ministerios de Seguridad y de Defensa hayan quedado en manos de Patricia Bullrich y de Luis Petri y que desde entonces su comportamiento fue oscilante. Así piensa, entre otros, Karina Milei, la custodia permanente de su hermano. Los confidentes de la vice aseguran que al círculo íntimo del jefe de Estado no le gustó que ella se reuniera con Mauricio Macri en noviembre y que por eso la castigan. Juran que no volvió a verlo, pero que aquel encuentro bastó para que los que no la quieren lanzaran a rodar mensajes que nada tienen que ver con su fidelidad al proyecto.
Cara a cara, en la Casa Rosada, esos temas pasaron casi de largo. La charla empezó por lo que en esas horas era el debate del momento: los salarios de los legisladores. Villarruel había defendido en público la suba, que en su caso representaba un salto de $ 3,7 millones brutos en enero a $ 5,5 millones en febrero. Milei le dijo que le parecía una barbaridad. “Argentina tiene un 60 por ciento de pobres”, afirmó.
La vice no se desdijo: contestó que un chofer con antigüedad en el Parlamento cobraba más que los senadores. “Lo lamento”, insistió el Presidente. Villarruel subió la apuesta: le transmitió que si los legisladores no estaban bien pagos se corría el riesgo de permitir que el Congreso fuera copado por corruptos o ricos y argumentó que hasta se redujo el catering para las sesiones maratónicas. Podría dar fe el jefe del bloque kirchnerista, José Mayans, que, delante de varios senadores, un día de jornada larga en el Senado lanzó delante de todos: “¿Nos vas a dar de comer, Vicky, o no te dejan? Traete una picada o algo”.
Milei le pidió a Villarruel que demorara lo más posible la sesión para tratar el DNU en el Senado. Quería ganar tiempo rumbo al Pacto del 25 Mayo. No ocurrió y sus discípulos lanzaron improperios contra ella. En el Senado dejaron trascender que no tenía margen para hacer otra cosa y revelaron lo que realmente piensan: que Villarruel no está dispuesta a que la Cámara alta no funcione. Quedó reflejado en el video que, a las apuradas, grabó el jueves a la noche: dijo que el Congreso es un poder independiente y que su objetivo no es convertirse en “una Cristina Kirchner”.
La grabación se conoció poco después de que el Senado rechazó el DNU, un amplísimo proyecto con más de 300 modificaciones que promueve una reforma del Estado y una desregulación profunda de la economía. El día anterior, la oficina que responde a la conducción del Ejecutivo había difundido un comunicado en el que expresaba su “preocupación” por la decisión unilateral de algunos sectores de la clase política” a los que acusó de actuar “en detrimento del futuro de los argentinos”.
El periodismo, de modo unánime, interpretó que era un dardo hacia la figura de la vicepresidenta. Como si faltaran datos de la tensión que se respira en el ambiente oficialista cuando se habla del binomio que arrasó en el balotaje, el viernes se suspendió la reunión de Gabinete. El vocero presidencial, Manuel Adorni, negó los cortocircuitos. Suficiente para que el resto de los voceros del Gobienro intentara bajar la espuma. Hay quienes interpretan que la reacción se debió a que la dupla había quedado atrapada en la lógica de las peleas de “la casta”. Un pecado imperdonable para el relato.
El DNU pasó ahora a la Cámara de Diputados. Pueden pasar tres cosas. Una: que se trate y se rechace (en ese caso quedaría sin efecto). Dos: que se apruebe, lo que le daría una victoria al Gobierno porque a los DNU les basta la aprobación de una sola Cámara para su implementación definitiva. Tres: que no se trate nunca en el recinto, lo que haría que se mantenga en vigencia de hecho, como ocurrió con más de cien que envió Alberto Fernández. Esta opción pasó a ser, hoy, la menos desgastante para el mileísimo.
Al mismo tiempo, el oficialismo prepara un paquete de decretos y proyectos que se desprenden de la Ley Ómnibus que naufragó en el Congreso. La idea es que los legisladores estén obligados a sesionar sin freno y decirle sí o no a las iniciativas de La Libertad Avanza. Milei hace hincapié en que la oposición quiere socavar al Gobierno. “Si no nos aprueban nada los vamos a exponer tantas veces como sea necesario”, dice.
El jueves, por lo pronto, no apareció ninguna lista negra difundida desde cuentas oficiales, como sí había pasado cuando fracasó la Ley Ómnibus. Señal de que están más propensos a la negociación, inclusive con un sector del radicalismo. Aunque hubo un hecho en las últimas horas que encendió la alarma: la senadora radical por Chubut, Edith Terenzi -que votó en contra del DNU- denunció que “los trolls de la Rosada” la amenazaron de muerte.
El Gobierno no deja de monitorear el humor social. Milei llegó al poder con el 56% de los votos que obtuvo en la segunda vuelta. Desde que entró a su despacho entendió que ese caudal tenía que ser arriesgado en pos de un ajuste feroz e inédito. Daba por descontado que eso depararía en pérdida de populariad. Pero su imagen, pese al tembladeral que generó la devaluación y la liberación de precios, se mantiene fuerte. Para muchos políticos tradicionales, llamativamente fuerte.
Los que velan por el marketing del Presidente explican que eso tiene que ver con que los ciudadanos siguen pensando que la crisis económica no es culpa de la actual administración y que Milei es el outsider que vino a rescatar a la política de los mismos de siempre.
¿Cuánto podrán perdurar esas consignas? ¿Qué tanto resistirán los argentinos frente al deterioro de los salarios y a una recesión que ya se siente con fuerza, pero que será peor en los próximos meses? Son preguntas que se hace el sistema de poder. Desde el establishment económico hasta el propio Gobierno, mientras Milei gana tiempo e implora que la baja de la inflación se desplome en el corto plazo y abra un hilo luz en medio de tanta oscuridad.