El 5 de abril de 2022, Igor Postolache, un moldavo de 32 años afincado en Oviedo, se convirtió en un monstruo. Ese día, Postolache acechó, secuestró, violó y asesinó a Erika Yunga, una vecina suya de 14 años, cuando la niña volvía del colegio. Fue detenido en su casa y encarcelado. Se negó a declarar. Desde ese día, además de su abogado, solo una persona, su madre, acudía desde Oviedo a visitarlo a la prisión de Mansilla de las Mulas (León), donde esperaba su juicio y su condena. La mujer acudía con mucha frecuencia, a veces más de una vez por semana, según confirman fuentes de la prisión a CASO ABIERTO, canal de investigación y sucesos de Prensa Ibérica.
La mañana del martes 8 de agosto, los funcionarios comunicaron a Postolache que iba a ser trasladado a otra prisión, la de Teixeiro (A Coruña). Esa tarde, después de comer, fue trasladado a una celda del módulo de ingresos donde estaba solo. Esa noche, Postolache se ahorcó con un cordón atado a un travesaño de la celda. Lo encontraron a la mañana siguiente.
Cero problemas, cero relaciones
Fuentes de la cárcel leonesa explicaron a CASO ABIERTO que Postolache no dejó ninguna nota de suicidio antes de quitarse la vida. Era un recluso «gris», que no había tenido ningún problema de comportamiento, ningún incidente desde que llegó a la prisión leonesa; tampoco, eso si, ninguna relación con otros presos ni con funcionarios. «Dio cero problemas, pero tenía cero relaciones aquí», resumen las citadas fuentes, que recuerdan las «constantes visitas» que le hacia su madre, todas las semanas, a veces varias veces por semana.
La mujer, que no había abandonado a su hijo a pesar del brutal crimen que cometió, llegó a enviar una carta al diario La Nueva España, del grupo Prensa Ibérica, en la que pedía perdón a la familia de la víctima, Erika, por los crímenes de su hijo.
En ese escrito, la mujer, afincada en Asturias desde hace 15 años y que se gana la vida limpiando casas, explicaba que «tanto yo, como mi familia, lamentamos profundamente los hechos sucedidos, que nunca pudimos imaginar y que nos acompañarán el resto de nuestras vidas». Mostraba incluso su total confianza en que su hijo reciba el correspondiente castigo por parte de la Justicia. «Nuestra sociedad tiene procedimientos judiciales para castigar este terrible hecho y será la misma quien lo haga, siendo (yo) consciente de que nunca se podrá restituir el profundo daño causado a Erika y a su familia», subraya.
La madre del asesino asumía ya entonces el «dolor inimaginable» de la familia de la víctima, y añadía que “el dolor que yo tengo tampoco se puede medir”, con la esperanza de que, una vez pasado un tiempo, los padres de Erika accedieran a recibirla y atendieran su petición de perdón. Desde entonces, la madre de Postolache era su único apoyo y recorría regularmente los 140 kilómetros que separan Oviedo de Mansilla de las Mulas para encontrarse con él en la prisión.
El detonante
Las citadas fuentes apuntan al traslado a una cárcel más lejana a Oviedo, el lugar donde vive su madre, como el «detonante» del suicido de Postolache.
«Estaba bajo de ánimo y el traslado pudo ser la gota que colmó el vaso», explican fuentes cercanas a Postolache, que dicen «no entender» su cambio a una cárcel más lejana: «Era un castigo para él y para su madre», añaden. La cárcel de Teixeiro, en la provincia de A Coruña, donde iba a ser trasladado a la mañana siguiente de suicidarse, está a 249 kilómetros de Oviedo, casi una hora más de distancia respecto a la de León, lo que haría más difíciles y menos frecuentes las visitas de su madre.
Postolache entró tranquilamente en la celda donde iba a pasar su última noche en León. No fue registrado ni cacheado. Se despidió con educación de dos funcionarios, a los que deseó «buenas noches». Luego, colgó el cordón de uno de los dos travesaños a los barrotes y se ahorcó
Instituciones Penitenciarias ha abierto una investigación sobre el suicidio del interno. Los primeros datos apuntan a que Postolache, que ya no estaba sometido a ningún protocolo antisuicidio, entró libre y tranquilamente en la celda donde iba a pasar su última noche en León. No fue, por tanto, registrado ni cacheado. Se despidió con educación de dos funcionarios, a los que deseó «buenas noches». Luego, ya solo en su celda, colgó el cordón de uno de los dos travesaños y se ahorcó. La decisión de trasladar a Postolache no correspondía a ninguna sanción disciplinaria, sino a «cuestiones organizativas», según fuentes penitenciarias.
Confesión en febrero
El pasado mes de febrero, por primera vez desde que fue detenido, Postolache reconoció que habia planeado atacar y matar a su joven vecina. Aceptaba así la condena de prisión permanante revisable por el asesinato y otros 12 años y medio más de cárcel por la agresión sexual. En ese acto, el asesino se declaraba conforme con el relato de hechos de la fiscalía, en el que se afirma que el día del crimen él «dejó perfectamente bajadas las persianas de todas las ventanas de su casa para que ningún vecino pudiera ver lo que iba a suceder minutos después en el interior. Guardó dentro del cajón de su mesita de noche una cinta de embalar de color marrón y nueve bridas negras por si fuera necesario tener que amordazar a la menor. Finalmente, cogió un cuchillo de mesa, de 11 centímetros de longitud, y lo escondió entre sus ropas, salió de su domicilio y esperó a la niña escondido en una zona próxima al portal, hasta que ella apareció».
Cuando Erika se dirigió al ascensor, el acusado «se abalanzó sobre ella, por la espalda y de forma absolutamente sorpresiva, de forma que la víctima no pudo prever ni imaginarse el ataque, siendo imposible la defensa por su parte». Postolache «le asestó una primera cuchillada mientras la empujaba por las escaleras a la vez que le tapaba la boca para que no gritase».
Después de infringirle hasta 36 puñaladas, Postolache «consiguió arrastrarla hasta el interior de su casa ayudándose de los tirantes de la mochila que la niña llevaba puesta en su espalda, cargada de libros escolares. Cerró la puerta con llave y la llevó hasta el baño, donde la dejó tirada en el suelo para dirigirse a su dormitorio. Allí, con el único propósito de satisfacer su deseo sexual, se quitó toda su ropa y la tiró en el suelo de su habitación para regresar, completamente desnudo, al cuarto de baño donde le esperaba Erika, gravemente herida ya e incapaz de desplazarse por sus propios medios».
En ese momento, «continuó asestando puñaladas a la menor con la finalidad de que cesase en la escasa resistencia que la misma era capaz de oponer, la desnudó y consumó la violación. Luego, dejó a la víctima tirada en el suelo del baño y herida de muerte».
Jurado popular
Desde esa confesión, Postolache siguió pasando sus días solo en la cárcel leonesa. Tenía pendiente el trámite del juicio contra él, que debía celebrarse con un jurado popular. Después de la condena, se comprometió a recibir un tratamiento para agresores sexuales.
El crimen de Erika había sido el último y más grave episodio de una serie de incidentes que protagonizó entre 2018 y 2019. Acosó al menos a seis chicas, varias de ellas menores de edad. Cuatro de las víctimas denunciaron los hechos, como publicó La Nueva España, pero en los archivos policiales constan otros dos episodios en los que un policía de paisano y una madre evitaron que los incidentes fueran a mayores, según publicó CASO ABIERTO, el canal de investigación y sucesos de Prensa Ibérica.