“Empecé a sentir que, por la convivencia y la rutina, estábamos perdiendo nuestros momentos de calidad. Uno se va sobreadaptando a los tiempos del otro y se termina corriendo el foco de la pareja”, cuenta Carla (35). Eso sintió y pudo ponerlo en palabras hace un año, cuando habló por primera vez de dejar de convivir. Ezequiel no estuvo del todo de acuerdo con el plan y se mantuvieron bajo el mismo techo. Sin embargo, hace dos meses lo volvieron a charlar y optaron por seguir su relación pero ya no vivir juntos.
Todavía no puede decir si esta nueva forma los va a ayudar o no. “Es muy reciente, estamos en plena transición”, asegura ella.
Carla lo ve como una manera de “darle aire a la pareja”. “Hace casi siete años que estamos juntos y llevábamos seis de convivencia. Somos una familia ensamblada. Él tiene un hijo adolescente de 15 y yo una nena de 9”, detalla.
“No es un paso atrás, no es volver al principio. Es buscar una forma distinta. El formato que teníamos no me estaba cerrando. Cuando nuestros hijos crezcan, puede que nos den ganas de convivir de nuevo, ya lo veremos, el presente es en casas separadas”, aporta Carla.
Reconoce que una posible traba es la económica. “Estoy con el tema de los números, por ese lado, se siente la diferencia de dividir todo a pagar uno. Seguramente tenga que trabajar un poco más”, asegura Carla, que prefiere no dar su apellido ni más detalles sobre su vida privada.
Juntos, pero separados
El camino tradicional de ponerse de novios, convivir, casarse y tener hijos se flexibilizó. Si bien los mandatos siguen vigentes, cada vez hay más opciones. “La mitad de los que se casan, hoy se separan. No hay garantías, nada es para siempre. La gente emigra, cambia de trabajo, se desenamora”, dice Claudia Borensztejn, médica psicoanalista y representante latinoamericana de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).
“La opción de casas separadas empezó a crecer con las parejas que ya tenían hijos de matrimonios anteriores y se les complicaba el ensamble. En pandemia, muchas parejas se mudaron juntas y, superada esa etapa, seguramente algunas decidieron dejar de convivir”, sostiene Borensztejn.
“Primero empezaron con las camas separadas o diferentes cuartos, ahora tener distintos espacios es una opción considerada moderna”, sigue la ex presidenta de la Asociación Psicoanalística Argentina (APA).
Desde el punto de vista práctico, “el límite suelen ser los hijos en común, aunque al final lo importante sigue siendo coincidir: si los dos están de acuerdo, no hay conflicto. La convivencia puede resultar desgastante por lo que, en muchos casos, esta nueva forma puede sumar”.
Las razones para dejar la convivencia
El actor Damián De Santo (55) es uno de los famosos que dejó de convivir después de más de 20 años. “La idea es siempre estar mejor, no peor. La decisión la tomamos entre los dos (con su esposa), con charlas previas y lo fuimos masticando”, le cuenta a Clarín De Santo.
“Hace 23 años que estamos juntos y me parece que es el momento de renovar la energía, de encontrarse cuando uno tiene ganas”, comparte el artista, casado con la bailarina profesional de tango Vanina Bilous.
Dice que sus hijos están grandes y que estaban necesitando “un espacio un poco más amplio”. “Lo que vamos buscando después de los 50, en mi caso y en los que conozco, es estar tranquilo. Esta etapa es buena e interesante, me siento muy cómodo”, agrega.
Sofía (35) y Sergio (44) son unos años más jóvenes, pero también optaron por dejar de vivir juntos. “Nos mudamos a México y ahí la convivencia se tornó muy intensa. Estábamos los dos trabajando home office en un espacio chico. Entonces, cuando decidimos volver al país, empezamos a charlar la posibilidad de hacerlo en casas separadas”, comenta.
Hubo división de las mascotas en común: “Tenemos dos gatas. Yo me quedé con Sandy y él se llevó a Simona”.
“En nuestra relación, no es un problema no convivir. Nos vemos cuando tenemos ganas, cada uno maneja su intimidad y sus tiempos”, señala. Están juntos desde hace 12 años, convivieron durante cinco y no descartan la posibilidad de volver a vivir juntos.
Sofía siente que la mudanza los ayudó a “mejorar el vínculo”. “No lo veo ni como un paso atrás ni para adelante. Es un cambio para priorizarnos y cuidar la pareja”, reflexiona y advierte que “se vieron perjudicados en lo económico, porque es más caro vivir separados» pero es algo que, por suerte, pudieron sortear.
“A mí me funcionó, no sé si es algo que aconsejaría hacer. Pasar de un estado a otro trae miedos e inseguridades. Fue algo muy charlado”, agrega.
En el caso de Víctor (42) y Lorena, la relación en casas separadas fue lo que eligieron para la “segunda vuelta”.
“Salimos dos años, tuvimos casi uno y medio de convivencia y nos peleamos. Estuvimos un año lejos y ahora nos reencontramos. No queremos volver a lo que teníamos porque no estaba funcionando así que estamos probando este sistema. Vivimos cerca, dormimos juntos cuando nos dan ganas y nos extrañamos”, comparte Víctor.
Valeria Wittner, psicóloga especialista en parejas e investigadora de la Universidad de Buenos Aires (UBA), dice que es imposible generalizar y que depende mucho de cada vínculo.
“Las decisiones de las parejas no solo están asociadas al aquí y ahora, también entra en juego la historia en común”, destaca.
Coincide con Borensztejn en que la pandemia y, en algunos casos, los problemas económicos, llevaron a muchos a convivir y que modificar esa situación en algunos casos puede ser sano. “Hay que dejar el prejuicio de que si dejan de vivir juntos es porque están peor, en algunos casos puede ser bueno. Depende de cada relación”, insiste.
La clave, según Wittner, está en ver si la conducta va en línea con el proyecto de vida. “La gente reacciona no tanto en función de los hechos, sino de las expectativas sobre esos hechos. Un mismo suceso puede interpretarse como bueno o malo, según la construcción que hagan los protagonistas”, cierra.
AS