Fue el 11 de octubre de 1992. Tenía cinco años, pero a Salto llegaron más tarde las imágenes del paisano «Manteca» ante River trepando el alambrado como macaco en la Bombonera. Esa postal se metió dentro de Edinson Cavani y se hizo un recuerdo con lenguas de fuego. Ahora «Edi» necesita emular ese acto para cumplir su promesa con el gurí interno, sentir que su carrera quedará bordada en oro. Cavani quiere ser Manteca Martínez un rato. Resbalar entre esa hinchada desquiciada hasta volverse ellos.
El hombre criado a pies descalzos, cocina a querosén y baño afuera de la casa ya no tiene necesidades materiales. Ya compró la mansión campestre de sus sueños, los pura sangre más veloces, naves automotrices de diseño espacial. Ahora el lujo que busca es cruzarse a Uruguay para un asado, tomar mate con gente que no le pregunte qué es el mate, probar las achuras doradas por Blas Giunta.
Cavani le dice «tejido» al alambrado. Canta cuando habla. Usa el «ta, ta, ta» a lo Víctor Hugo. Ama los perros y lloró océanos cuando murió Lolo, el Beagle con el que dormía. Nació un día de los enamorados de 1987, cuando en Boca los goles los hacía Comitas, «El Murciélago» Graciani o «La Chancha» Rinaldi. Ahora tendrá que convertirse en un animal distinto para lograr lo que le piden desde que aterrizó: la séptima Libertadores.
Hay algo de reparación histórica en sus celebraciones de gol. Ojos de lince y la parodia de un cazador que no perdona. Cáscara adentro, sin embargo, el tipo se lleva bien con el llanto. Es posible comprobarlo cuando le muestran videos de su infancia, esa patria que lo vuelve vulnerable. «La felicidad continua era la infancia», deduce en una vieja entrevista del periodista uruguayo Mario Bardanca. «De niño no tenés preocupaciones, vivís en las nubes», dice y se quiebra como un botija, respiración entrecortada cuando le muestran a Omar «Gogó» Feris, amigo de su familia que colaboró en sus primeros pasos en el fútbol.
«Ed» se queda horas mirando a los pájaros. Tiene obsesión por las aves y una relación particular y silenciosa con Dios. Pertenece a una asociación cristiana evangélica de deportistas, Atletas de Cristo. Eso sí, la sangre a veces hierve y ni la religión encorseta sus enojos: en 2019, en un clásico Uruguay-Argentina en Tel Aviv se le atrevió a Messi en un elegante cruce en el que Leo invitó: «Cuando quieras«.
De fe está hecha esa carrera que en Europa empezó con un tejido mágico del destino. Su primer gol en el viejo continente, con la camiseta del Palermo, fue para él puro misticismo. «Yo no estaba en los planes del entrenador, pero el atacante de ese momento se había lesionado, tenía fiebre, entonces me llaman a mi casa para convocarme», recordaba espiritual. «¡Echaron al entrenador de la cancha, y el segundo entrenador decidió ponerme cuando estábamos con diez!».
«Edi», alias el rey de la visión periférica, ya recibió doscientos apodos desde que pisó La Boca. Alguno juega con que lo separan dos letras nomás de Pelé (Edson Arantes do Nascimento). Todavía no probó los choripanes de La Glorieta de Quique, ni sabe bien qué es y qué forma tiene la almironeta, pero sonríe. Siente que está saldando una deuda con ese pibe que los sábados por la mañana miraba el Calcio especialmente para fascinarse con Gabriel Batistuta.
En la Playlist del hombre que mueve su melena noventosa al ritmo de la cumbia y el pop, está primero un cantante desconocido para la mayoría de los argentinos: Lucas Sugo, compositor uruguayo que animó el cumpleaños del futbolista y de Ángel Di María en París. Solo es cuestión de horas para que E.C viralice esos acordes en el vestuario de Boca y Sugo sea bendecido por la cavanimanía argentina.
Toma mate «con rampa». Lo mostró en televisión uruguaya, a puro palanqueo de la bombilla. Promueve «la montañita», que la yerba quede en desnivel y «el agua caliente hinche la yerba despacito». Es un sommelier perfecto para un club en el que no entra un alfiler más en las tribunas, pero sí el mate, inyección intravenosa.
Una de las legendarias camisetas de Edi duerme hoy con olor a transpiración cerquita de los tesoros de Diego Maradona. Entre botines legítimos de México 86 y hasta un banco del vestuario en el que se sentaba «Pelusa», Massimo ubicó la «7» que Edinson le obsequió tras el partido Cesena-Napoli. «Él le dio su corazón a Napoli», considera desde Italia Vignati. «Una persona humildísima que después de Maradona es uno de quienes más nos hizo emocionar«.
En Italia existe una canción con su nombre («Forza Cavani Alé», que habla de ponchos, bombillas y explosión del Vesubio con su fútbol) y en Salto, sus pagos, hay una pizza en su honor. «Antes del Mundial de Rusia averigüé con el hermano de Edi que le gustaba el jamón y le sumé otros ingredientes, aceitunas negras, tomates cherry y albahaca. Así nació la pizza El Matador. Su cara está impresa en la caja», cuenta desde Uruguay el dueño del negocio La Blusera, Jorge Martínez, vecino de la familia. «No hubo problemas de imagen con él por esto, nos permitió el homenaje. Eso lo define como persona. Esta es una pizza igualita a Edinson: sencilla y de calidad».
«El Pelado», como lo llamaban de niño, el que antes de los partidos infantiles trepaba a un árbol de moras para comérselas, escribió alguna vez una carta a su yo de 9 años para The Players Tribune. Recuerda allí la sensación de jugar por un helado y ese sentimiento tan sudamericano que ningún gringo entendería. También habla de sentir el barro pegado en la planta de los pies. Nadie sabe el estado actual de su cadera, pero si Edinson se embarra como el hincha de Boca exige, logrará su último gran trofeo y a la vez su condena: ya no tendrá paz. De uno y otro lado del Río de la Plata será inmortal.