Finalmente, llegó la noticia que Javier Milei esperaba o, si se prefiere, la dosis de oxígeno que necesitaba y necesita apretado por la caída del salario real, la recesión y un cuadro económico que pone a prueba el aguante de la población. El dígito de abril puede ser una buena noticia, pero un 8,8% no luce tan bueno como para apresurarse a cantar victoria.
Esto es, como para que el vocero presidencial, Manuel Adorni, pretenda asimilar ese dato a una prueba de que “la inflación se está pulverizando y tiene su certificado de defunción firmado”. O para que, apenas se conoció el número del INDEC, el presidente Milei gritara un gol con trece “o” seguidas y tras cartón afirmara: “A la inflación la estamos goleando”.
Un 8,8% es un índice alto en cualquier estándar y, por eso, aconseja aguardar a varios registros mensuales inferiores al 10% y bastante inferiores al 10% antes de arriesgarse a meter la pata con un fallido sonoro que, seguramente, alguien se lo facturará al gobierno libertario. Se sabe o debiera saberse que una buena medida de las cosas es la que surge de compararlas con otras de la misma especie o de una especie parecida.
Aplicada a casos del vecindario, esa regla cuenta que el 8,8% de la Argentina en abril duplica al 4% anual de Chile y más que duplica al 3,2% también anual de Brasil y al 3,7% que la estadística de Uruguay arrojó entre abril 23 y abril 24.
Por si alguien pregunta, la tasa anual que reporta el INDEC marca 289,4%. En su propia magnitud y en la magnitud de sus antecedentes, la cifra habla de un desbarajuste que se proyecta hacia las actividades más diversas, empezando por las socioeconómicas, y refuerza el contraste con los números del párrafo anterior donde el más alto es el 4% de Chile.
Queda claro que estamos cruzando nuestra inflación de un mes con la que países de economías semejantes a la argentina acumulan en un año. Pero si medimos mes contra mes el resultado da que en ninguno de ellos se llega al 1% y que Uruguay, con 0,6%, y Paraguay, con 0,8%, son los que más se acercan al 1%.
Confrontados a ese juego de variables, muy poco cambiaría si los índices de precios del INDEC de agosto o de octubre fuesen el 6% o el 5,2% que aparece en el último relevamiento de expectativas que hizo el Banco Central, entre analistas de acá y del exterior.
A propósito, el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, acaba de informar que la meta anual de inflación que se ha fijado el Gobierno para 2024 es del 139,7%. Habría sido un buen aporte que Posse explicara, con el mayor grado de detalle posible, cómo se logrará torcer una curva que hoy apunta al 289,4%, o sea, casi 150 puntos porcentuales por arriba de la pauta oficial. Para alcanzar la cifra mencionada por Posse la inflación debería ser del 5% mensual de acá a fin de año.
En continuado, cuesta encontrar entre semejantes indicadores de precios de dónde sacan algunos funcionarios eso de que los sueldos “ya empiezan a ganarle a la inflación”, como dijo el propio Presidente hablando de marzo, la última estadística salarial difundida por el INDEC.
Ese mes el indicador que mide las remuneraciones subió 10,3% respecto de febrero. Y como la inflación de marzo anotó un 11% redondo, los ingresos de los trabajadores volvieron a perder contra la inflación.
Mucho más abultada fue la derrota si se toman las variaciones anuales: 287,8% anota la inflación versus el 213,8% de los salarios, esto es, una brecha nada menos que de 74 puntos. Así, según las cuentas de la consultora ACM, los sueldos cayeron un 22% real de marzo 23 a marzo 24 .
Cantado y recontra cantado, en esta película no hay ingreso laboral que pierda más poder de compra que los salarios no registrados, en negro y reducidos a la mitad del valor de los que perciben los trabajadores registrados y en blanco. Los datos de ACM dicen desplome del 41% durante el mismo período.
Estamos hablando, aquí, de un universo calculado en 5,8 millones de trabajadores que orbitan en los márgenes del sistema y en el mundo de la pobreza. De lejos, la mayor parte en el conurbano bonaerense donde vivir y vivir como se vive cuesta más que en la ciudad de Buenos Aires.
Inevitablemente, el panorama laboral le pega al consumo y le pega fuerte en una economía muy dependiente del consumo privado. Aún en baja, esa variable representa el 67,2% del PBI, mientras se espera que alguna vez despierte la inversión y aporte unos puntos al producto bruto y a calidad de la economía: por ahora anda en un bien modesto 19,1%.
Según la consultora Focus Market, el consumo masivo retrocedió 20,4% en abril contra abril de 2023 y 17,1% versus marzo pasado. Ninguna novedad, el bajón de la demanda empujado por el bajón de los salarios y la necesidad convive con un corrimiento de las compras hacia las segundas marcas o las llamadas marcas propias. El premio, alimentos un 29% más baratos y el 26% en cosméticos y productos de tocador.
También inevitable, del derrape del consumo y de la recesión se llega a los tan temidos problemas laborales: suspensiones, despidos, caída de horas extras.
Para empezar, datos atribuidos a la Secretaría de Trabajo cuentan que entre fines de noviembre y fines de febrero desaparecieron 63.000 empleos privados; 95.000 si la referencia es agosto, cuando el número de ocupados tocó la cima.
En la construcción, un saque asociado al ajuste fiscal que obsesiona a Milei. Cifras del INDEC registran pérdidas de puestos de trabajo en seguidilla de noviembre a febrero: 53.400 respecto de octubre, cuando arrancó una ola que coincidió con el parate de las obras públicas que, entre otros guadañazos, apuntala los benditos superávits.
De una especie parecida, la recesión que viene de antes del gobierno libertario y continúa con el gobierno libertario reporta 73.000 puestos de trabajo caídos desde el pico de empleo de 2013 y 56.000 respecto de 2015.
Por aquí, todo sin salida a la vista tal cual surge sin vueltas de otra cifra del INDEC: dice que la capacidad de producción ociosa en la actividad fabril ya llega al 46,6%, lo cual suena parecido a decir que la mitad de la industria está parada. Y a recordar que la industria también existe.