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Corky y División Palermo: De la corrección política a la risa incómoda

Por Romina Sarti*

En 1989, cuando en Argentina la televisión estaba estallada de novelas donde la discapacidad era vista como artilugio del melodrama de superación o castigo divino, en Estados Unidos se estrenaba Life Goes On (te regalo la interpretación de la traducción del nombre de la serie), cuyo personaje principal, Corky, era interpretado por el actor Chris Burke.

Corky, mote que en la Argentina de los noventa fue resignificado como insulto (otra vez, te regalo la interpretación) desembarca en “el canal de la familia” (TE.LE.FE.) para difundir este modelo de inclusión made in USA. La serie estaba atravesada por la mirada compasiva, clasista y racializada, que mostraba como las personas con discapacidad podían vivir “una vida normal”. Si bien esta visibilización sesgada rompía con la invisibilización histórica, encorsetaba al protagonista en un estereotipo de ternura y bondad.

Su familia le brindaba contención, la escuela promovía su inclusión y la comunidad empezaba a aceptarlo. El mensaje era claro: si la persona con discapacidad se esforzaba lo suficiente, podía acceder a una vida “casi” como la del resto. A costa de encajar, de no incomodar, de someterse al dispositivo normalizante devenido libreto, Corky sonreía y te inspiraba para ser tu mejor versión.

En un capítulo emblemático, Corky le pregunta a su hermana Lidy sobre el motivo de un estudio prenatal:

—¿Esto es por mí, cierto? No quieren que sea como yo.

La voz en off del locutor no escapa a remates: «Todos esperan que sea un bebé sano. Corky, por primera vez, se siente culpable de no haber nacido normal».

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Muchos años después irrumpe División Palermo (2023 y 2025, Netflix). Pisa fuerte el terreno con un registro completamente opuesto. Creada por Santiago Korovsky, es una sátira absurda y filosa sobre la diversidad, el marketing inclusivo, la corrección política y los discursos políticamente correctos.

La división de seguridad ciudadana, es un equipo integrado por minorías: un judío, una usuaria de sillas de ruedas, una persona de talla baja, un gordo, un ciego, una mujer trans, entre otros/as; creado solo para cumplir con el slogan político de la inclusión.

División Palermo no se propone explicar la discapacidad, ni aleccionar, ni educar. No baja línea, no sensibiliza, no da lecciones. Y, sin embargo, incomoda, cuestiona e interpela. De algún modo, entonces, sí explica, sí educa, sí politiza. Lo hace sin solemnidad, con humor corrosivo, y dinamitando los techos de cristal: humaniza y naturaliza la diversidad sin máscaras ni estrategias de adaptación forzada, sin recurrir al masking social.

La presencia de actores con discapacidad en roles que no son ni heróicos ni mártires, sino irónicos, corruptos, racistas y alguno incluso libertario, obtura estereotipos anacrónicos y estigmatizaciones acartonadas. La serie rompe con la narrativa tradicional y en la carcajada te arranca algo tan necesario como el derecho de habitar la diversidad sin poses, sin algodones, sin hipocresía. Desencaja la parodia, incomoda la ausencia de sermones, y en esa tensión, subyace una potencia política que interpela más que muchas campañas bien intencionadas (aunque hoy no las haya).

Porque no basta con que haya representación, se trata de cómo, quién, desde y hasta dónde. Cuando los cuerpos que históricamente fueron excluidos ocupan el centro de la escena, algo se mueve y no hay vuelta atrás. El humor termina siendo la vía para empezar a hablar en serio de las diversidades, de la discapacidad.

***

*Licenciada en Ciencia Política (UNR), militante por la diversidad corporal, anticapacitista, docente universitaria en UGR, trabajadora en la Secretaría de DDHH de la UNR. IG: @romina.sarti

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