Durante su mensaje del Ángelus en la Plaza de San Pedro, el Papa Leo XIVcondenó con firmeza la masacre perpetrada entre el 13 y 14 de junio en Yelwata, estado de Benue (Nigeria), donde unas 200 personas fueron asesinadas brutalmente.
La mayoría de las víctimas eran desplazados internos refugiados en una misión católica local. El Pontífice expresó su profundo dolor y elevó oraciones por la seguridad, la justicia y la paz en Nigeria, enfocando su preocupación especialmente en las comunidades cristianas rurales que han sido víctimas incesantes de violencia.
La intervención del Papa se produce en un contexto de violencia prolongada contra los cristianos nigerianos a manos de grupos terroristas islamistas, como Boko Haram y facciones del Estado Islámico.
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Desde 2009, más de 52.000 cristianos han sido asesinados, 18.000 iglesias y 2.200 escuelas cristianas destruidas, según cifras denunciadas por el Parlamento Europeo el 8 de febrero de 2024. Sin embargo, el texto aprobado evitó calificar estos actos como ”genocidio”, a pesar de que encajan con la definición del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.
Esta omisión ha sido fuertemente criticada por líderes religiosos y organizaciones católicas, al considerar que minimiza una tragedia sistemática y deliberada contra una minoría religiosa.
El Papa, que conoce bien la situación en Nigeria, país que visitó al menos nueve veces antes de su elección como Sumo Pontífice, condenó no solo la brutalidad de los ataques, sino también la indiferencia institucional y mediática que los rodea.
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La Red Católica de Nigeria ha calificado el conflicto como terrorismo islamista, criticando con dureza a quienes insisten en describirlo como ”choques entre pastores y agricultores” o ”tensiones comunales”. Según esta organización, tales eufemismos no solo tergiversan la realidad, sino que constituyen una ofensa a los muertos y una licencia para que continúen los asesinatos.
En el estado de Benue, el epicentro de muchas de estas atrocidades, se estima que más de 5.000 cristianos han sido asesinados en la última década y más de 1,5 millones de personas desplazadas.
Pueblos enteros han sido arrasados, reconstruidos y nuevamente destruidos; los campos de cultivo, arruinados; las iglesias, profanadas; y las fosas comunes, cavadas con alarmante regularidad.
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Sin embargo, el gobierno de Nigeria, encabezado por el presidente Bola Tinubu musulmán y miembro del partido izquierdista All Progressives Congress se ha negado a reconocer oficialmente a los autores de estas masacres como terroristas. Esto ha generado sospechas de complicidad o, al menos, de pasividad deliberada.
El Papa no mencionó directamente al presidente Tinubu, pero su mensaje fue inequívoco: la violencia que sufre la comunidad cristiana en Nigeria es sistemática y dirigida, y merece una respuesta clara de la comunidad internacional.
Su llamado a la justicia y a la verdad busca romper el silencio que envuelve esta tragedia y forzar a los actores políticos y mediáticos, especialmente en Occidente, a reconocer la gravedad del crimen que se está cometiendo.
Además de Nigeria, el Papa dedicó parte de su discurso a la crisis en Sudán, lamentando la muerte del sacerdote Luke Jumu, párroco de El Fasher, víctima de un reciente bombardeo. Pidió nuevamente el cese de la violencia, la protección de civiles y el inicio de un diálogo de paz en ambas regiones.
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