Una jornada muy triste vive por estas horas la comunidad teatral rosarina y toda la cultura local, dado que este miércoles por la tarde, a los 82 años, murió el prolífico actor, dramaturgo y director teatral rosarino Lauro Campos, quien acreditaba una carrera de más de 60 años en labor ininterrumpida en las escénicas locales.
Con varias obras teatrales y libros publicados, Campos también era abogado y a lo largo de su carrera desarrolló una profusa labor como gestor cultural, llegando incluso a tener su propia sala de teatro sobre finales de los años 90 en los altos de Entre Ríos y Cortada Ricardone.
Conocedor como pocos de la obra del poeta granadino Federico García Lorca, a quien transitó en muchos de sus espectáculos ya sea como actor o director con distintas versiones y adaptaciones, su nombre real era Luciano José Ramón Corvalán y había nacido en Rosario el 23 de abril de 1943.
Abogado dedicado a la función judicial, fue durante toda su vida actor y director teatral en el teatro independiente local donde debutó en los 60, al tiempo que escribió teatro, radio, televisión y narrativa. Campos realizó además numerosas adaptaciones de piezas del teatro universal como Romeo y Julieta y Macbeth de Shakespeare, y La casa de Bernarda Alba y Bodas de sangre, de Lorca.
En su extensa lista de obras propias aparecen Impostores en Nueva York (Historias en Manhattan) (Ediciones Deldragón, 2011) y numerosas publicaciones de sus obras premiadas en las colecciones del Instituto Nacional del Teatro (INT), como Circe o el banquete y El Servidor, o aquellas que vieron la luz de la mano de Argentores, como El camino del elefante, que fue llevada al cine, y textos de Solomonólogos y el recordado ciclo La Cocina de los Dramaturgos, del mismo modo que su destacada Despertar en Granada (2000, Universidad de Veracruz, México).
A lo largo de más de seis décadas, Campos estrenó más de cien piezas de las ciento cincuenta que escribió. En el género narrativa publicó Detrás de un vidrio oscuro (1992), Sábanas de seda y Salvar al inocente, relatos (Editorial de la Universidad Nacional de Rosario, 2003 y 2004).
Ediciones Deldragón le publicó en 2010 Pobre mundito perturbado (no sólo cuentos), Sangre, coral y una mejilla de sal, novela editada en 2013; los relatos contenidos en Shoá. El sentido de la vida de 2014, Vampiraje. Crónica de una contaminación anunciada, del mismo año, Chocolatines, relatos y anécdotas de un teatrero, de 2016 y una novela autobiográfica, titulada La verdad bien mentida. Recuerdos y mitos de un pasado familiar surrealista, que vio la luz en 2017.
Campos, que estuvo casado con la recordada actriz Emmy Reydó, quien falleció hace unos años y con la que compartió los escenarios desde 1969, había contado en alguna entrevista: “Debuté como actor siendo un pibe, con tan sólo 16 años, a los 19 dirigí la primera obra, y unos años después empecé a escribir teatro y nunca paré. Pero más allá de eso, me relacioné con todas las áreas del teatro: diseñé vestuario, hice producción, maquillaje, hice escenografías, un poco de todo como se hace en el teatro independiente”.
Y respecto a su otra profesión, el derecho, que incluso lo llevó a ser juez, había contado: “Yo seguí abogacía por el mandato paterno. Pero siempre conscientemente porque quería tener una profesión y conocía los avatares de vivir del teatro. No me hacía mucha gracia tener que depender del oficio. Me enamoré muy jovencito, quise casarme. Tuve hijos. Quería darle a mis hijos un bienestar, y entonces seguí abogacía”.
En torno a su despedida de los escenarios, en marzo del año pasado había estrenado Memorias de un viejo gitano, pieza con la que le dijo adiós a la actuación en Amigos del Arte.
Con 65 años de labor ininterrumpida, Campos seguía vinculado a diferentes actividades en las escénicas locales. “El arte se hace no sólo con talento sino con mucha energía física y no quiero llevarlo a cabo cuando ésta ya esté flaqueando. Seguiré junto al teatro en otras labores que me ha permitido: la dramaturgia, la dirección, la producción, el diseño de vestuario y maquillaje. En fin, todo lo que no signifique exposición”, había expresado en su momento acerca de su decisión.
La trama de aquella última propuesta presentaba a un viejo gitano de Fuentevaqueros, que habiendo ya vivido un sinfín de anécdotas relatadas por el poeta que naciera en ese pueblo, Federico García Lorca, un autor al que Campos conocía como pocos, comenzaba a rememorar estos relatos que iban de lo pintoresco a lo surrealista, de la comedia a la tragedia y del verso a la prosa.
En aquella despedida, Lauro Campos, a modo de unipersonal, comenzaba a recordar relatos, alegrías y dolores del corazón, apoyado y haciendo propios algunos textos del poeta granadino que tantas veces, con distintas formas y búsquedas de sentido, supo llevar a escena o recitar de memoria.