Julio Gagliano decidió hace 30 años dar un giro en su vida y abrió las puertas de un local, que hoy hilvanan los platos de su abuela, madre e hija.
02 de septiembre 2023, 05:50hs
“Lo que se hereda, no se roba”, dice el viejo y sabio refrán, que podría ser una radiografía de Julio Gagliano, el hombre que hace 30 años decidió dar un giro de 180 grados en su vida para impulsar una pasión que lo persigue desde que tiene uso de razón. Hoy, es el dueño de una icónica pizzería en el barrio de Villa Luro, un polo gastronómico emergente, donde une el fútbol con las recetas de varias generaciones: su abuela, mamá, tías e hija.
Si bien la gastronomía siempre fue “una de sus grandes pasiones”, él decidió dedicarle su vida el 21 de septiembre de 1993, cuando dejó de lado su carrera como entrenador de fútbol, en la que llegó a ser la dupla de Claudio “Turco” García, para en Mataderos abrirle las puertas a “Avellino”, la pizzería que lleva el nombre del pueblo donde nació su abuela. Con el paso de los años, el local se convirtió en la sede de futbolistas, técnicos y dirigentes de clubes de la primera y el ascenso.
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Aunque se distingue por haberle dado un sabor único a sus platos, a Julio en el mundo del fútbol lo conocen por sus virtudes como técnico. Es que en Villa Luro se pueden ver colgadas desde la camiseta de Diego Maradona, Juan Román Riquelme o Carlos Tévez hasta la del Club Sportivo Italiano y la del “Pincha”, todas firmadas por sus jugadores y dedicadas con mucho cariño. “Ahora solo me dedico a hacer algún asesoramiento, pero tuve la suerte de dirigir a varios clubes como Talleres de Remedios de Escalada, o Central Español”, cuenta a TN y remarca que la gastronomía ocupa la mayor parte de su tiempo.
El espíritu deportivo también lo define su carta. Sus platos, que se cocinan a la leña haciéndolas realmente únicas, llevan el nombre de “La Fortinera”, “Millo”, “La Fiorito”, “La Diablita” o “La Acade”, entre otras, rindiéndole homenaje los ídolos del fútbol y los clubes más importantes de la Argentina y el mundo. “Este local -por el de Villa Luro- se convirtió en la ‘casa’ de dirigentes, futbolistas e hinchas a los que vimos crecer. Vienen los chicos de las inferiores de Vélez y también se festejaron ascensos o simplemente eligen reunirse”, dijo Ariel Audia, socio de Julio, sobre la trascendencia que tienen en el barrio.
Respecto a la comida, Ariel, quien empezó a trabajar en Avellino hace más de una década, señaló que la intención es que no pierda la esencia de ser el elegido por las familias porteñas, es por eso que deciden hacer pizzas “gigantes” de hasta cuatro gustos para que al seleccionar los sabores, nadie se quede sin el suyo. “Tenemos la suerte de haber visto crecer a los nenes que venían con su familia y ahora, 20 o 30 años después, siguen viniendo con sus amigos, parejas o hijos”, sostuvo.
De la pizza de su abuela a los postres de su hija para hilvanar las recetas de tres generaciones
Lo que empezó como un juego y un favor a su mamá, Lucía, que era en su momento juntar tomates con sus primos en la quinta de su abuela en San Justo para que después sus tías preparen la salsa casera, se transformó en el primer acercamiento a las recetas que años después lo llevarían al éxito. “Tenía 7 años y me crie haciendo eso, mis tías y mi mamá preparaban la salsa una vez al año y ese día nos llevábamos entre 20 y 30 botellas para cocinar”, recuerda, Julio, que también asegura que en esa casa se amasaban distintas clases de pastas y por su puesto, la pizza: “Lo hacían todo simple, con harina y agua”.
Aunque la masa de sus pizzas la aprendió a hacer mirando a su mamá y al resto de la familia, con el paso del tiempo le dio su reversión, que incluye la influencia de los maestros pizzeros de la mítica “Los Inmortales”. En ese sentido, remarcó: “Lo que pude aprender es a tener velocidad y también a trabajar los hornos. No es solo saberlo hacer, sino que sacarlo en cantidad, porque mi abuela o mi mamá usaban una pala de madera y una chapa, pero en ellos pude ver cómo tenía que ser esa chapa para sacar más pizzas en menos tiempo”.
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Sus recetas, reversiones y manías, que lo llevaron al éxito, están acompañadas también por los postres de su hija. Es que Florencia, al igual que su esposa que lo acompaña desde el primer día, también es parte del proyecto y tras recibirse como pastelera ideó y creó los diferentes platitos dulces que forman la carta de sus cinco locales. “Es un orgulloso que sea parte, ella hace desde el pan hasta las tortas, y es lo que le gusta, estar en contacto completamente con la cocina”, cerró, sobre cómo logró hilvanar en la cocina a tres generaciones de su familia.