La UCR y el justicialismo entran en tiempos decisivos. En el radicalismo la unidad parece difícil y no se descartan dos opciones electorales como se dio en 2009. En el PJ, todo está por verse. Lo que está claro es que los interventores se vuelven a sus casas y que el cristinismo, si pretende imponer una línea de acción no acordada en Corrientes, se encontrara «con el horcón del medio», como le pasó a Carlos Menem cuando era «amo y señor del PJ» en los 90, y en la elección de 2001, cuando pretendió impulsar «una alianza contra natura» con resultados esquivos. En el PJ Nacional, sobrevuelan denuncias de robo de documentación, intentos de proscripción y crece la posibilidad de que caiga la fecha del 17 de noviembre.
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Por Jaime Meza (jefe de redacción)
EL LIBERTADOR
Tanto la UCR como el PJ se encuentran envueltos en pleitos que sólo interesan puertas para adentro de cada casa partidaria, pero que a la hora de la verdad serán determinantes por el control del sello partidario; más para el peronismo, donde la boleta 2 ejerce una tracción por tradición y sentimiento que no tiene la boleta 3 del radicalismo, más versátil a la hora de camuflarse con un ropaje distinto, en el marco de las alianzas y el sistema electoral aún feudal que rige en Corrientes.
Quizás, la muestra más belicosa se dio en las últimas horas con la Unión Cívica Radical, con la feroz batalla entre ricardistas y valdesistas. Algo que era previsible y se veía venir desde mucho tiempo atrás, siendo notorio que el oficialismo gubernamental -cuando tenía mayor poder de fuego- convalidó que sea el ex Gobernador la cabeza de la lista de senadores, y luego presidente de la UCR. Un error de cálculo que por estas horas terminó pagando el oficialismo provincial frente al peso pesado, de muchas espinas, como es Colombi.
El mercedeño se las ingenió para trabar en los últimos seis años la designación del Defensor del Pueblo, aun cuando, supuestamente, no tenía el control del Senado ni de la Cámara de Diputados. En los hechos, sí, quizás, mayor peso a la hora de marcar territorio.
Lo que parece claro es que el final no será fácil, simplemente porque se está ante un cambio de ciclo que alcanza de lleno al poder político provincial y donde el justicialismo es un actor relevante, porque con sólo consolidar su base electoral propia, tiene boleto asegurado para la segunda vuelta electoral, que es lo mismo que decir «uno de los finalistas con mayores posibilidades».
Está claro que, desde el poder nacional del peronismo, si es que hoy existe, se intentarán operaciones para alzarse con la boleta 2 en el sentido de que la oportunidad indique a los cranotecas porteños que siempre se han equivocado en Corrientes.
Arrear al peronismo local no es fácil. No lo logró Carlos Menem, que supo tener un poder mucho mayor al del cristinismo.
Está claro que cuando era amo y señor no sólo en el PJ, sino en el país, no pudo evitar la caída del gobierno de su amigo, «Tato» Romero Feris, ni pudo someter al peronismo de Corrientes. Esto lo llevó a intervenir el distrito para viabilizar la alianza Tato-menemista que, aunque parecía invencible, cayó derrotada simplemente porque no es fácil encolumnar el sentimiento peronista en una dirección contraria a lo que marca la tendencia de un voto que es esencialmente emocional.
Hoy, se repiten operaciones desde la teoría política sin entender que Corrientes es Corrientes. Harán mil dibujos desde la Capital Federal como lo harán algunos bonaerenses que juegan de visitantes en un territorio tradicionalmente inhóspito. A la postre, la única verdad será la realidad, como lo ha venido siendo y que le hace merecer a Corrientes el mote de «cementerio de interventores», algo que preanuncia un cambio de guardia que incluso puede ser más profunda.
Estos entuertos exponen a la clase dirigente en momentos en los que la ciudadanía (de todo el país) padece una crisis de extensísimo impacto, producto -justamente- de la política mal aplicada a la administración de los recursos estatales y la interacción desvirtuada con los privados.
En el territorio provincial, los cruces cobran mayor peso debido a que el año que viene se definirá quién pasará a dirigir el timonel principal del Ejecutivo, mientras que en la órbita nacional la pelea será de medio tiempo, convirtiéndose en un momento bisagra para los libertarios, en su intención de ampliar su poder representativo parlamentario y de definir el escenario de lo que será un 2027 donde, sin duda, habrá dos grandes expresiones políticas en disputa, representantes de distintas fuerzas cuyos jugadores serán en un 90 por ciento caras nuevas de la política en ambos espacios. Atrás quedará una impresionante cantidad de personajes que han sido la cara visible de la frustración argentina en las primeras cuatro décadas de la democracia recuperada en el 83.
Mientras, la política correntina naufraga en incertidumbres, quedando -muchas veces- sometida al salvavidas de la Justicia, cuyos tiempos difieren de cualquier necesidad partidaria, algo no distinto de lo que se avizora a escala nacional, con lo que acontece en el PJ, rodeado de denuncias de robo de documentación, intentos de proscripción que hace que la disputa termine en manos de la Jueza Federal más poderosa del país que, con sus 87 años, sigue siendo un punto de referencia insoslayable por su propio peso que va desde lo electoral, desde su despacho en el Palacio de Justicia de la calle Talcahuano, hasta el que tiene en Comodoro Py, junto a los otros once jueces penales que desvelan al poder político nacional.
La legendaria magistrada transita a diario esa distancia, tomando decisiones de alto impacto, sin temblarle el pulso. Una evidencia clara de que los años no pesan para quien de administrar el poder sabe. Por estas horas, precisamente, en su despacho de Comodoro Py ha recaído una causa que está llamada a ser noticia.
EL CASO RADICAL
Luego de haberse habilitado el andarivel judicial para subsanar las peleas entre Ricardo Colombi y Gustavo Valdés, con la Cámara Electoral Nacional reponiendo al mercedeño en su sitial del Comité Central de la UCR y avalando luego el cambio de fecha para las internas que pasaron para el Día de la Escarapela, no hubo una sola manifestación ante la prensa ni en las redes sociales de ninguno de los dos «líderes» (que serán sometidos a examen el 18 de mayo venidero).
Sólo tuvieron un acto reflejo de utilizar fríos comunicados, de redacción tosca y -como casi siempre- ambigua para remarcar -cada uno- lo que les parecía cada fallo de competencia electoral.
Claro está que el ricardismo fue el que más atinó en el sentido de que lo actuado por la Cámara y refrendado por el juez Federal, Juan Carlos Vallejos sobre el calendario electivo fue irrefutable y contundente.
Pero previo a ello, conforme se iban dando las definiciones en las distintas escalas procedimentales, todo fue confusión sin que ninguno de los dos máximos exponentes diera algún mensaje a sus correligionarios ni a los ciudadanos, con un tratamiento mediático complejo porque muchos son los intereses en juego y difícil es entender desde el amateurismo del periodismo algo complicado como es la interpretación de lo que es periodismo especializado, relacionado al campo de la Justicia.
Se trata de uno que fue tres veces gobernador y el otro, dos veces elegido para el Sillón de Ferré. Nada más ni nada menos. Pero, más allá de eso, la pelea de fondo, claro es, además de la Gobernación es por quién tendrá el liderazgo de un espacio al que algunos le ponen fecha de vencimiento.
¿Y Ricardo?
En el caso de Colombi, sólo se observó una constante interacción en las redes sociales con mensajes subrepticios sustentados en videos con mensajes de años anteriores ante la ciudadanía en «grandes momentos de ECO», el espacio político que le pertenece (por peso político y por vía legal). Allí, cargó las tintas contra los «contras», recordándoles que fue él quien logró los triunfos que permitieron al radicalismo adueñarse de la Gobernación a lo largo de los últimos 23 años.
Y después del pleito judicial, sobre lo hecho por la Convención (que lo desplazó), su restitución como titular partidario y la disposición de una nueva fecha electoral, no hubo novedades. Ninguna entrevista o manifestación virtual que permitiera, en primera persona, enviar un discurso que apacigüe los ánimos de sus correligionarios y permita establecer un marco de certidumbre hacia adentro del partido y hacia fuera.
Es que, más allá de tratarse de una cuestión de la orgánica partidaria, un amplio espectro ciudadano presta atención a estos desaguisados políticos, porque luego se traducen en medidas de gestión institucional que se suelen tomar bajo «emoción violenta», o no.
¿Y Gustavo?
La situación de Valdés difiere de la de Ricardo en el sentido de que el mercedeño quiere ir por su cuarta Gobernación, mientras que al actual mandatario ya no le queda esa posibilidad. Si bien está decidido a posicionar a su hermano (Juan Pablo), intenta sostener su figura de máximo exponente del poder político local y no caer en el síndrome del «pato rengo».
Bajo esta premisa es que se convierte en vital su posicionamiento partidario como titular del Comité Central, algo que Colombi decidió impedírselo. Los hechos al menos hasta ahora así lo vienen demostrando. A la postre, una carrera de resistencia, donde no puede estar exenta la estrategia ni el andarivel mediático, ni tribunalicio -elementos coadyuvantes a la hora de inclinar la balanza-.
Sin embargo, hasta el momento no bajó un mensaje certero. Al igual que su ahora «enemigo», lanzó tiros por elevación en algunas entrevistas dadas, repitiendo frases que tienden a la arenga y a la mística radical. Sí tuvo a sus laderos disparando munición gruesa contra Ricardo, cuyas expresiones mediáticas no fueron nada casuales ni desconocidas por Valdés.
Todo un accionar que muestra un dificultoso escenario para intentar algún armisticio. Aunque se sabe que la política es el arte de lo posible y los radicales dieron muestra de ello en las últimas dos décadas. El tiempo dirá, aunque el conocimiento de los personajes anticipa que la lucha será hasta que uno se imponga.
¿Y el PJ?
Al justicialismo correntino le cabría exacto el viejo dicho de «éramos pocos y parió la abuela». Esto tiene que ver por el hecho de que, en medio de un partido intervenido hace cinco años, con divisiones expuestas y sin acercamientos explícitos, se sumó la desidia provocada por los distintos interventores que se fueron sucediendo desde 2019. La diferencia es que, ahora se ha llegado al tiempo en que se juega el poder real. Hasta hoy, las sucesivas intervenciones corrieron solas, quizás porque hasta fueron funcionales a la reconfiguración del escenario para la pelea de fondo de 2025, que está a la vuelta de la esquina.
Si bien los radicales también tienen sus escaramuzas con Lousteau y compañía, en el peronismo se ve mayor capacidad de fuego por las figuras que decidieron entrar a la pelea: Cristina Kirchner y Ricardo Quintela, que cada vez está más claro que no es un «llanero solitario».
Entonces, mientras en Corrientes, los interventores decidieron modificar la carta orgánica, provocando un daño mayúsculo en el andamiaje estratégico para las contiendas electorales, y evidenciando su permeabilidad hacia uno de los pretensos candidatos, ahora también se prendieron en la puja nacional, tomando partido en favor de uno de los candidatos, quebrando así la regla de imparcialidad a la cual no puede ser indiferente la Justicia.
Un error de cálculo ya recurrente de los normalizadores que arriban de otras jurisdicciones sin entender que, por algo, a Corrientes se la conoce como -como se dijo ut supra- el «cementerio de los interventores».
Hoy, está claro que el tiempo de Máximo Rodríguez y Teresa García ha terminado. Un nuevo capítulo está por abrirse.
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