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¿Qué educación financiera? Reflexiones entre la política y la avaricia

Pablo Imen (*)

La Comisión Nacional de Valores habilitó la posibilidad de que los adolescentes pueden operar en el mercado de capitales con bonos y acciones de empresas que coticen tanto en el país como en el exterior, es decir, Certificados de Depósito Argentinos, (Cedears), como supuesta forma de impulsar el ahorro y la educación financiera.

Es un paso más en un camino que ya estaba abierto, ya que en la actualidad están habilitados a abrir una caja de ahorro en pesos e invertir en Fondos Comunes de Inversión, plazos fijos y billeteras virtuales.

Ahora, a partir del 7 de octubre de 2024 por resolución general 1023/2024, podrán, por tanto, comprar bonos, acciones, Cedears, obligaciones negociables y hacer cauciones.

En sus considerandos, la norma destaca que “resulta fundamental impulsar el desarrollo de nuevas iniciativas orientadas a promover diferentes herramientas e instrumentos que faciliten el acceso de los jóvenes al sistema financiero; así como también, fomentar el ahorro e impulsar la educación financiera desde edades tempranas”.

Sin embargo, en ningún lugar de la resolución hay referencia a orientaciones o iniciativas en esta dirección.

La medida fue saludada por los defensores de la “libertad de mercado” que defienden la lógica especulativa que ha primado en el régimen de acumulación que conocemos como “neoliberalismo”.

Desde el punto de vista político y pedagógico se elevan advertencias que es imperioso tener en cuenta a la hora de apreciar las consecuencias de esta medida.

En un plano muy práctico y concreto, algunas voces han señalado que en el marco del blanqueo de fondos que se radicaron en guaridas fiscales, esta medida legaliza la participación de menores para aprovechar la generosidad del gobierno en relación a evasores y elusores fiscales.

Aquí no rige, desde luego, el rigor mileísta que, para el equilibrio fiscal, recorta el presupuesto de la salud, la educación y la obra pública. Pero este es apenas un aspecto del panorama que abre la medida.

Otro elemento de gran relevancia es que induce y estimula una cosmovisión que reivindica la especulación financiera cómo mecanismo privilegiado en la generación de riqueza. Lo hace, de manera paradójica y cruel, en un contexto de empobrecimiento masivo de la población y muy particularmente de las generaciones más jóvenes, cada vez más empobrecidas.

¿En qué puede invertir quién no tiene recursos para asegurarse cuatro comidas diarias?

La creciente pobreza y la cultura hegemónica empujan por todas las vías la salida individual: no puede perderse de vista la expansión del fenómeno de la ludopatía como un hecho que desafía a la sociedad en general y a la educación en particular.

Es preciso profundizar el acompañamiento de las jóvenes generaciones, tentadas a resolver sus necesidades económicas a través del juego.

Es preciso en un diálogo profundo y sincero alejarlos de una cosmovisión y unas prácticas que forman una subjetividad especulativa y autodestructiva.

Esto ocurre además en un contexto agudizado brutalmente: la notable expansión de la concentración económica y la ampliación en la brecha de la desigualdad.

Según difundió el Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre (Oxfam por sus siglas en ingles) en la Asamblea de Naciones Unidas (ONU), el uno por ciento más rico posee más riqueza que el 95 por ciento de la población mundial.

Este dato está directamente asociado al régimen fundado en la financiarización de la economía o, dicho de otro modo, a la expansión de la “economía de casino”.

Tal vez el elemento más siniestro que incluye este combo sea la exacerbación del individualismo radical, la idea de que puedo salvarme solo o sola a través de la especulación financiera.

Tanto por sus consecuencias prácticas posibles así como por su aporte a una hegemonía cultural neoliberal esta medida de la Comisión Nacional de Valores debe ser comprendida y denunciada como parte de un modo de organizar la vida colectiva a través de la exaltación del mercado, de la competencia, del egoísmo y de la especulación.

No es suficiente con clarificar este movimiento cultural y económico predador en un mundo en el cual, sin embargo, existen fuerzas y tendencias que se imaginan otra organización colectiva fundada en valores antagónicos al capitalismo en su fase actual.

Proponen como eje y fin de la vida en común valores como la solidaridad, el cuidado de la vida, la dignidad del ser humano y al planeta que nos cobija.

También estas fuerzas que laten y pujan por un mundo mejor requerirán de un sistema de finanzas que acompañe unas relaciones sociales democráticas, diversas y emancipatorias.

La producción de valor – transformar la naturaleza para generar bienes de uso- requerirá , hasta donde podemos ver hoy, medidas para comparar e intercambiar con equidad bienes que suponen esfuerzos humanos.

Por eso es posible imaginar que por un tiempo el dinero (en sus diversas formas y con sus distintos fines) tendrá un lugar en la vida colectiva. Y por tanto las finanzas tendrán un lugar que ocupar en la esfera económica y en la cotidianeidad de las personas.

Pero una cosa es pensar en el dinero como elemento de una economía productiva y distributiva a favor de una economía humanista y otra tomarlo como un fin en sí mismo cuya reproducción ampliada debe habilitar toda forma de actividad lucrativa: la especulación, la evasión y la elusión fiscal o el delito en sus diversas variantes en función del fin que plantea el sistema.

Es decir, para ganar dinero a cómo dé lugar, validar cualquier camino sin medir las consecuencias que esta lógica imprime a las sociedades humanas.

¿Qué educación financiera debe impulsar un sistema educativo de inspiración democrática y emancipadora?

La educación ha sido siempre un campo de disputa entre Sujetos (colectivos) y proyectos (diferentes y aún antagónicos).

Desde Simón Rodríguez y muy particularmente en la voz de Paulo Freire la politicidad de la educación ha sido planteada: se educa a favor de algo y de alguien y en contra de algo y de alguien también.

Un proyecto educativo funcional al proyecto civilizatorio neoliberal, neocolonial, neoconservador y patriarcal hará de la “educación financiera” una plataforma pedagógica de primer orden: se contribuirá a formar especuladores, sujetos individualistas, personas resignadas a un modelo de acumulación radicalmente injusto de trágicas consecuencias culturales y sociales.

Un proyecto educativo de inspiración emancipadora y radicalmente democrática también deberá asumir una “educación financiera” pero con un sentido, un contenido y un método radicalmente diferente.

En primer lugar, deberá ofrecer una mirada crítica de las propuestas que exaltan el individualismo y el egoísmo oponiendo la naturaleza social del ser humano y la claridad sobre el hecho obvio (pero negado por el liberalismo, el neoliberalismo y el anarco-capitalismo) de que sólo colectivamente el ser humano puede desplegarse como especie.

Que cada persona puede leerse como parte imprescindible y valiosa del género humano, como portadora de un destino común, en el que todos, todas, cada quién tenga en el mundo tenga un lugar de dignidad resulta una labor pedagógica (y política) de primer orden.

Esta idea según la cual todos y todas tenemos derecho a ser y a existir, y que cada quién aporta a un proyecto común y compartido resulta una prioridad ética y práctica.

La idea antagónica de que sólo existo para mí mismo y soy feliz sobre la infelicidad del otro está llevando a la Humanidad a una verdadera catástrofe existencial.

En segundo lugar, entender a la economía, al trabajo y a las finanzas en su compleja configuración.

Entender estos campos como ámbitos en disputa, que pueden organizarse en torno a fines antagónicos. Las vertientes humanistas empujan una economía que pone en el centro a la vida y al ser humano; al trabajo como una actividad creadora y desenajenada, a las finanzas como una herramienta para impulsar una organización colectiva capaz de resolver procesos de producción , distribución y apropiación de la riqueza bajo criterios de justicia, equidad, igualdad, democracia.

Las antihumanistas impulsan una economía que tiene como fin el lucro, al trabajo como un instrumento de explotación y acumulación de la riqueza producida por los más en manos de los menos, a las finanzas como un arma contra la producción y vía rápida para el enriquecimiento inmoral de las nuevas y viejas oligarquías.

En tercer lugar, proveer a la comunidad educativa de herramientas para comprender el funcionamiento de las finanzas actuales, y dar instrumentos para su uso funcional a proyectos productivos humanistas y solidarios.

En Cartas a una Profesora de Barbiana, los estudiantes autores de ese maravilloso texto señalan que salir de los problemas todos juntos es la política, y que la salida individual es la avaricia.

Estamos en la misma disyuntiva entonces que ahora y la educación pública – tan vapuleada en tiempos de dominio anarco-capitalista para nuestro país- debe ser una plataforma de resistencias ciudadanas y construcción de alternativas pedagógicas, culturales y también políticas.

En tiempos en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, advertía Antonio Gramsci, aparecen los monstruos.

Pero lo nuevo está naciendo. De muchos y muchas, de nosotros y nosotras depende.

En la educación tenemos un lugar de resistencia y de construcción que, unida a otras esferas de la vida social (la política, la economía, la cultura en un sentido amplio) alumbren un mundo de justicia y dignidad.

(*) Pedagogo e Investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA)

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